sábado, 31 de octubre de 2009

LO ABIERTO / EN PLENA NOCHE. HUGO MUJICA

LO ABIERTO






Cae quieta la lluvia,
lo abierto mana.

Cae la lluvia, cae sobre
la espera,

en la caída la lluvia es su camino
y el camino su llegada.

Hay que osar lo abierto y la caída:
el desierto de la sed
no la sed del desierto.








EN PLENA NOCHE






También en plena noche
la nieve
se derrite blanca

y la lluvia
cae
sin perder su transparencia.

Es ella, la noche,
la que nos libra de los reflejos,

la que nos expande
las pupilas.

Lo que busca con su bastón
el ciego es la luz, no el camino.

UN PEDAZO DE HAMBRE, UN VASO DE AGUA. HUGO MUJICA






UN PEDAZO DE HAMBRE, UN VASO DE AGUA

Fiel a lo humano,

al tamaño de lo que los brazos
mecen,
a la fiesta
de lo que en las manos cabe,

a la callada esperanza
que es no apretar los labios.

Fiel a un vaso de agua
y al pedazo de hambre
que otro cuerpo nos trae,

fiel sorbo a sorbo, hambre a hambre.

Fiel al pudor de apenas una seña,
apenas el abismo
del otro
cuando el silencio
calla la piel que nos separa.

Fiel al límite de morir hombre,
de haber abrazado el vacío
que ese mismo abrazo llenaba.

ORILLAS. HUGO MUJICA







ORILLAS

Afuera ladra un perro

a una sombra, a su eco
o a la luna
para hacer menos cruel la distancia.

Siempre es para huir que cerramos
una puerta,
es desierto la desnudez que no es promesa

la lejanía
de estar cerca sin tocarse
como bordes de la misma herida.

Adentro no cabe adentro,

no son mis ojos
los que pueden mirarme a los ojos,
son siempre los labios de otro
los que me anuncian mi nombre.

Alba / HAY PERROS QUE MUEREN DE LA MUERTE DE SU AMO. Hugo Mujica


ALBA



Quieto,

como no moviéndose
para que la sangre no rebase
la boca

Quieto,

como sintiendo un pájaro
herido
en la palma de la mano

sin cerrar la mano
sin abrir los ojos.

hay una fe que es absoluta:

una fe sin esperanza






HAY PERROS QUE MUEREN DE LA MUERTE DE SU AMO



Hay perros
que mueren de la muerte de su amo

cuerpos que no hacen el amor,
hacen el miedo

que no se agitan,
tiemblan.

Y hay hombres
en los que muere dios
como una gota de lacre
sobre el pecho
de un torso de mármol,

son los que lloran cuando creen
estar hablando,
o gritan soñando, pero al alba
olvidan el grito
con que encendieron la noche.

Hay hombres en los que gime dios
por no encontrar un hombre
donde morir de carne,

pero no llora como quien lo hace
solo,
llora como quien llora abrazado a un niño.

Eurydice. Margaret Atwood

He is here, come down to look for you.
It is the song that calls you back,
a song of joy and suffering
equally: a promise:
that things will be different up there
than they were last time.
You would rather have gone on feeling nothing,
emptiness and silence; the stagnant peace
of the deepest sea, which is easier
than the noise and flesh of the surface.
You are used to these blanched dim corridors,
you are used to the king
who passes you without speaking.
The other one is different
and you almost remember him.
He says he is singing to you
because he loves you,
not as you are now,
so chilled and minimal: moving and still
both, like a white curtain blowing
in the draft from a half-opened window
beside a chair on which nobody sits.
He wants you to be what he calls real.
He wants you to stop light.
He wants to feel himself thickening
like a treetrunk or a haunch
and see blood on his eyelids
when he closes them, and the sun beating.
This love of his is not something
he can do if you aren’t there,
but what you knew suddenly as you left your body
cooling and whitening on the lawn
was that you love him anywhere,
even in this land of no memory,
even in this domain of hunger.
You hold love in your hand, a red seed
you had forgotten you were holding.
He has come almost too far.
He cannot believe without seeing,
and it’s dark here.
Go back, you whisper,
but he wants to be fed again
by you. O handful of gauze, little
bandage, handful of cold
air, it is not through him
you will get your freedom.


Traducción

El ha venido a buscarte y está aquí,
canción que te llama y quiere que vuelvas,
canción de dicha y de pesar
a partes iguales, promesa
hecha canción, promesa
de que todo será, allá arriba, distinto
a la última vez...
Hubieras preferido seguir sintiendo nada,
vacío y silencio; la estancada paz
del mar más hondo,
al ruido y la carne de la superficie,
acostumbrada a estos pasillos pálidos y en sombras,
y al rey que pasa por tu lado
sin pronunciar palabra.
El otro es diferente
y casi lo recuerdas.
Dice que canta para ti
porque te ama,
no como eres ahora,
tan fría y diminuta: móvil
y a la vez quieta, como blanca cortina
o soplo en la corriente
de una ventana a medio abrir
junto a una silla donde nadie se sienta.
Te quiere "real",
un cuerpo opaco,
sentir cómo se espesa
(tronco de árbol o ancas)
y el golpe de la sangre tras los párpados
al cerrarlos
la llamarada solar...
sin tu presencia no podrá sentir
este amor suyo...
Mas la súbita revelación
de tu cuerpo enfriándose en la tierra
fue saber que le amas en cualquier lugar
hasta en este sitio sin memoria,
este reino del hambre.
Como una semilla roja en la mano
que olvidaste que aprietas,
llevas tu amor...
El necesita ver para creer
y está oscuro.
"Atrás, atrás...", le susurras,
pero quiere que vuelvas
a alimentarlo, Eurídice,
puñado de tul, pequeña venda,
soplo de aire frío,
no se llamará Orfeo
tu libertad...

Edvard Munch -La dama y el esqueleto- [Octavio Paz]



“Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado. Lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza”
E.M.


Para Munch el hombre es un juguete que gira entre los dientes acerados de la rueda cósmica. La rueda lo levanta y un momento después lo tritura. En esta visión negra del destino humano se alían el determinismo biológico de su época y su cristianismo protestante, su infancia desdichada -las muertes tempranas de su madre y de una hermana, la locura de otra,- y el pesimismo de Strindberg, su creencia supersticiosa en la herencia y la sombra de Raskolnikov, sus tempestuosos amores y su alcoholismo, su profunda comprensión del mundo natural -bosques, colinas, cielos, mar, hombres, mujeres, niños- y su horror ante la civilización y el feroz animal humano.

Edvard Munch –La dama y el esqueleto- Octavio paz

Edvard Munch –La dama y el esqueleto- Octavio paz


Hace ya muchos años, en una exposición celebrada en París, pude ver algunas obras de Edvard Munch: El grito, Madona, varios retratos y autorretratos, grabados, dibujos. La seducción fue instantánea y de una especie particular que no puedo llamar sino abismal: como asomarse a un precipicio. Desde entonces la pintura de Munch no cesó de atraerme, La verdadera revelación la experimenté más tarde.

En el verano de 1985 mi mujer y yo pasamos una corta temporada en Oslo y uno de los primeros lugares que visitamos fue el Museo Edvard Munch. Volvimos varias veces: no sólo es uno de los mejores del mundo, entre los consagrados a un artista y su obra, sino que puede verse como una sorprendente asamblea de retratos simbólicos. Aclaro: esos cuadros no cuentan una vida sino que nos revelan un alma.

Nuestra impresión fue más honda porque recorrimos las salas del museo bajo el imperio del verano nórdico. La pasión que atraviesa la pintura de Munch nos pareció una respuesta a la intensidad de la luz y a la vehemencia de los colores. Erupción de vida: los árboles, las flores, los animales, la gente, todo, estaba animado por una vitalidad a un tiempo inocente y terrible. Las ventanas de nuestra habitación daban a un parque y cada noche -era imposible dormir- veíamos deslizarse entre los árboles las sombras de Oberón, Titania y su cortejo de elfos y trasgos.

También pasaban los personajes que habíamos visto unas horas antes en el Museo Munch, elfos reconcentrados y perseguidos por su idea fija, elfos sonrientes, enigmáticos, crueles. Pensé: el solsticio de verano y su vegetación de sangre es un acorde de ritmo cósmico; el otro son los desiertos blancos, azules y negros del solsticio de invierno.

Ambos combaten y se funden en la obra de Munch.

Hay artistas que se desarrollan en múltiples direcciones, como árboles de muchas ramas; otros siguen siempre la misma ruta, guiados por una fatalidad interior. Munch pertenece a la segunda familia. Aunque pintó durante más de sesenta años y su obra es extensa, no es variada. En su evolución se advierten titubeos, períodos de búsqueda y otros de plenitud creadora, no esos cambios buenos y esas rupturas que nos sorprenden en Picasso y en tantos otros artistas modernos.






Su relativa simplicidad estilística contrasta con su complejidad psicológica y espiritual. Pero al hablar de "simplicidad estilística" temo haber cometido una inexactitud; debería haber escrito unidad: las obras pintadas en 1885 prefiguran a las que pintaría toda su vida. Esta unidad no es carencia técnica; Munch utilizó diversos medios, del óleo al grabado, y en todos ellos reveló maestría. Fue un innovador en el dominio del grabado en madera y como dibujante nos ha dejado obras memorables, en las que no sé si admirar más la seguridad de la línea o la emoción del trazo. Fue un verdadero colorista, no por el equilibrio de los tonos o la delicadeza de la paleta sino por la vivacidad y energía del pincel.

En suma, la unidad de su estilo fue el resultado de una fatalidad personal: no una elección estética sino un destino. Pero un destino libremente aceptado.
En sus comienzos, después de un breve período naturalista, hizo suya la lección de los impresionistas. Por muy poco tiempo, pues muy rápidamente dio el gran salto hacia su propia e inconfundible manera: un expresionismo avant la lettre.

Es comprensible que su ejemplo haya influido profundamente en los expresionistas de Die Brücke, como Nalde y Kirchner, en Max Beckmann y en los austríacos Kokoschka y Schiell. Son conocidas las influencias y afinidades entre Orozco y los expresionistas. Es muy probable que el artista mexicano haya conocido la obra de Munch: las acuarelas y dibujos de la primera época (Escenas de mujeres) presentan indudables parecidos con telas y grabados de Munch que tienen también por temas bailes y escenas de burdel.

Munch fue un precursor del expresionismo pero esta tendencia no lo define enteramente; no es difícil percibir en la pintura su presencia de una corriente antagónica: el simbolismo. Extrañas nupcias entre la realidad más real y la transrealidad. Munch fue un heredero de Van Gogh y de Gauguin: más tarde, se interesó en el fauvinismo, con el que tiene más de una afinidad. Pero la "ferocidad" de los fauves es más epidérmica y carece de la angustiosa ambigüedad psicológica de Munch.

En un breve ensayo consagrado al pintor noruego, André Breton acertó a delinear su verdadera genealogía espiritual: "Munch supo, ejemplarmente, utilizar la lección de Gauguin, en un sentido muy distinto al fauvinismo... Fiel al espíritu a las grandes interrogaciones sobre el destino humano que marcan sobre las obras de Gauguin y de Van Gogh, nos precipitó en el espectáculo de la vida, en todo lo que éste ofrece de locura y perdición".

La intervención de las potencias nocturnas -el sueño, el erotismo, la angustia, la muerte- une a Munch, por el puente de Gauguin, con la tradición visionaria de la pintura. Así anunció, oblicuamente, algunas tentativas del surrealismo.

El gran período creador se inició en Alemania, en 1892. Fueron los años de su amistad con Strindberg y de su interés por el pensamiento Nietzsche; asimismo, los de la serie de esas obras maestras, por su intensidad y por su hondura, que él llamó El friso de la vida. Antes había frecuentado, en sus años de París, la poesía de Mallarmé (nos dejó un retrato del poeta) y siempre la de Dostoievski. La serie La ruleta (1892 es un homenaje al novelista ruso.

Leyó también a Kierkegaard y admiró a Ibsen (decorados para Hedda Gabbler, carteles para Pierre Gynt y Juan Gabriel Borkman). El pensamiento anarquista lo marcó, como a otros artistas de esa época. Estas influencias literarias y filosóficas tuvieron la misma función que las pictóricas: iluminarlo por dentro. En pocos artistas las fuerzas instintivas e inconscientes han sido tan poderosas y contradictorias como en Munch; también en muy pocos han sido tan lúcida y valerosa la mirada interior. Vasos comunicantes: el alma, y sus conflictos, se transformó en la línea sinuosa y enérgica; el hervor de la pasión se volcó en el chorro de pintura.
El crítico Arne Eggun subraya que en 1893 Munch empezó a salpicar sus telas con pigmentos para utilizar las manchas e incorporarlas a la composición. Medio siglo antes de André Masson y de David Alfaro Siqueiros, reconoció y usó las posibilidades del accidente en la creación artística. Strindberg fue sensible a las experiencias de su amigo y dos años después, señala Eggun, "publicó un ensayo con el título de El azar en la creación artística".

A Munch no le interesaba la invención por sí misma; buscaba la expresión: "Al pintar una silla -dijo alguna vez- lo que debe pintarse no es la silla sino la emoción sentida ante ella". Sin embargo, para expresar hay que inventar: las confecciones del artista se vuelven ficciones y las ficciones emblemas vivientes del destino humano.

En la pintura de Munch aparecen una y otra vez, con escalofriante regularidad, ciertos temas y asuntos. Repeticiones obsesivas, fatales, pero, asimismo, voluntariamente aceptadas y quizá buscadas. Munch llamó a estas repeticiones: copias radicales. Por una parte, son documentos, instantáneas de ciertos estados recurrentes, unos de extrema exaltación y otros de abatimiento no menos extremo; por otra, son revelaciones del misterio del hombre, perdido en la naturaleza o entre sus semejantes. Perdido en sí mismo.

Para Munch el hombre es un juguete que gira entre los dientes acerados de la rueda cósmica. La rueda lo levanta y un momento después lo tritura. En esta visión negra del destino humano se alían el determinismo biológico de su época y su cristianismo protestante, su infancia desdichada -las muertes tempranas de su madre y de una hermana, la locura de otra,- y el pesimismo de Strindberg, su creencia supersticiosa en la herencia y la sombra de Raskolnikov, sus tempestuosos amores y su alcoholismo, su profunda comprensión del mundo natural -bosques, colinas, cielos, mar, hombres, mujeres, niños- y su horror ante la civilización y el feroz animal humano.

Munch trasciende su pesimismo a través de la misión transfiguradora que asigna a la pintura. El artista no es el héroe solitario de los románticos; es el testigo, en el antiguo sentido de las palabra: el que da fe de la realidad de la vida y del sentido redentor del dolor de los hombres. El arte es sacrificio y la obra es la transubstentación de ese sacrificio.

En el mundo moderno el artista es un Cristo. Su cruz es femenina. La Madona es la conjunción de todos los poderes naturales, es tierra y es agua, es hierba y es plaga, la luna y una bahía pero sobre todo es tigre. Es uno de los dientes de la rueda cósmica. La contradicción universal -vida y muerte- encarna en la lucha entre los sexos y en esa batalla la eterna vencedora es la mujer. Dadora de vida y de muerte, mata para vivir y vive para matar.

Una de las "copias radicales" más repetidas y turbadoras de Munch es la pareja Marat y Carlota Corday, llamada también La asesina o El asesinato. La primera versión es de 1906 y al principio tenía como título: Naturaleza muerta. Su comentario es revelador: "He pintado una naturaleza muerta tan bien como cualquiera de Cézanne -se refiere a un plato de frutas que aparece en el primer plano- con la única diferencia de que, en el fondo del cuadro, pinté a una asesina y a su víctima". Las últimas versiones de este cuadro son de 1933 y 1935, un poco antes de su muerte. La comparación el el célebre óleo de David es instructiva: los personajes abandonan el teatro de la historia, dejan de ser personajes y se convierten en personas comunes y corrientes. Así, alcanzan una ejemplaridad más profunda e intemporal: son imágenes de la rotación de la rueda cósmica.

La mujer es uno de los ejes del universo de Munch. El otro es el hombre o, más exactamente, su soledad: el hombre solo ante la naturaleza o ante la multitud, solo ante sí mismo. Sus autorretratos son numerosos y pertenecen a todas sus épocas. Nunca cesó de fascinarlo su persona, pero en esa fascinación no hay complacencia: es un juicio más que una contemplación y, más que un juicio una disección.

Prometeo no encadenado a una roca sino sentado en una silla y picoteado no por un águila sino por su propia mirada. Prometeo es un hombre de hoy, uno de nosotros, no ha robado el fuego y paga una condena por un pecado sin remisión: estar vivo. El lugar de su condena no es una montaña en el Cáucaso ni las entrañas de la tierra: es una habitación cualquiera en esta o aquella ciudad. O una calle por la que desfilan transeúntes anónimos.

Munch fue uno de los primeros artistas que pintó la enajenación de los hombres extraviados en las ciudades modernas. Su cuadro más célebre, El grito, parece una imagen anticipada de ciertos paisajes de The Waste Land.
Nada de lo que han hecho los pintores contemporáneos, por ejemplo Edward Hopper, tiene la desolación y la angustia de esa obra. Oímos El grito no con los oídos sino con lo ojos y con el alma. ¿Y qué es lo que oímos? El silencio eterno. No el de los espacios infinitos que aterró a Pascal sino el silencio de los hombres. Un silencio ensordecedor, idéntico al inmenso e insensato clamor que suena desde el comienzo de la historia. El grito es el reverso de la música de las esferas.

Aquella música tampoco podía oírse con los sentidos sino con el espíritu.
Sin embargo, aunque inaudible, otorgaba a los hombres la certidumbre de vivir en un cosmos armonioso; El grito de Munch, palabra sin palabra, es el silencio del hombre errante en las ciudades sin alma y frente a un cielo deshabitado.

lunes, 26 de octubre de 2009

What I miss about you. K. Melua







Missing the train every morning at 8:52,
Sipping coffee from the same cup as you.
The sharing of secrets we thought no one else knew,
That's what I miss about you.

The new way that love had made me see,
Your bashful grin when you asked if I would like your key.
The knowing way you used to caress me,
That's what I miss about you.

You stole in with your starry smile exciting me,
Driving with you in your new car, feeling free.
If it's true that love is blind, then I was blind willingly,
You made me feel we had a future, that could be and would be.

The way you said I'd be no one on my own,
Your habit of soaking yourself in over-priced cologne.
The way you turned the light out when I knew you were home,
That's what I don't miss about you.

I bet you're using your weary magic like it's new,
Driving so fast with a new fool beside you.
Presumably believing she's the last of the lucky few,
I wonder if she knows she's being lied to like I do.

The way I only doubted myself when I was with you,
Like I was a fool for expecting something from life too.
Your skill of putting me down in-front of everyone we knew,
That's what I don't miss about you

A mi Román, mis alas y mi mejor color


nada

Bubu in wonderlost

Nada sucede dos veces


Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.

En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.

No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.

Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.

Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?

Dime por qué, mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.

Medio abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.

Parabola


Ciertos pescadores sacaron del fondo una botella.
Había en la botella un papel, y en el papel estas palabras:
"¡Socorro!, estoy aquí. El océano me arrojó a una isla desierta.
Estoy en la orilla y espero ayuda. ¡Dense prisa. Estoy aquí!"
-No tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde.
La botella pudo haber flotado mucho tiempo, dijo el pescador primero.
-Y el lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano,
dijo el pescador segundo.
-Ni demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla "Aquí" está en todos lados,
dijo el pescador tercero.
El ambiente se volvió incómodo, cayó el silencio.
Las verdades generales tienen ese problema.

La corona final- Olga Orozco


La corona final

Si puedes ver detrás de los escombros,
de tantas raspaduras y tantas telarañas como cubren el hormiguero de otra vida,
si puedes todavía destrozarte otro poco el corazón,
aunque no haya esperanza ni destino,
aparta las cortinas, la ignorancia o el espesor del mundo, lo que sea,
y mira con tus ojos de ahora bien adentro, hasta el fondo del caos.
¿Qué color tienes tú a través de los días y los años de aquel a quien amaste?
¿Qué imagen tuya asciende con el alba y hace la noche del enamorado?
¿Qué ha quedado de ti en esa memoria donde giran los vientos?
Quizás entre las hojas oxidadas que fueron una vez el esplendor y el viaje,
un tapiz a lo largo de toda la aventura,
surjas confusamente, casi irreconocible a través de otros cuerpos,
como si aparecieras reclamando un lugar en algún paraíso ajeno ya deshora.
O tal vez ya ni estés, ni polvo ni humareda;
tal vez ese recinto donde siempre creíste reinar inalterable,
sin tiempo y tan lejana como incrustada en ámbar,
sea menos aún que un albergue de paso:
una desnuda cámara de espejos donde nunca hubo nadie,
nadie más que un yo impío cubriendo la distancia entre una sombra y el deseo.
Y acaso sea peor que haber pasado en vano,
porque tú que pudiste resistir a la escarcha y a la profanación,
permanecer de pie bajo la cuchillada de insufribles traiciones,
es posible que al fin hayas sido inmolada,
descuartizada en nombre de una historia perversa,
tus trozos arrojados a la hoguera, a los perros, al remolino de los basurales,
y tu novela rota y pisoteada oculta en un cajón.
Es algo que no puedes soportar.
Hace falta más muerte. No bastarían furias ni sollozos.
Prefieres suponer que fuiste relegada por amores terrenos, por amores bastardos,
porque él te reservó para después de todos sus instantáneos cielos,
para después de nunca, más allá del final.
Estarás esperándolo hasta entonces con corona de reina
en el enmarañado fondo del jardín.

El retoque final. Olga Orozco

Es este aquel que amabas.
A este rostro falaz que burla su modelo en la leyenda,
a estos ojos innobles que miden la ventaja de haber volcado a ciegas tu destino,
a estas manos mezquinas que apuestan a pura tierra su ganancia,
consagraste los años del pesar y de la espera.
Ésta es la imagen real que provocó los bellos espejismos de la ausencia:
corredores sedosos encandilados por la repetición del eco,
por las sucesivas efigies del error;
desvanes hasta el cielo, subsuelos hacia el recuperado paraíso,
cuartos a la deriva, cuartos como de plumas y diamante
en los que te probabas cada noche los soles y las lluvias de tu siempre jamás,
mientras él sonreía, extrañamente inmóvil, absorto en el abrazo de la perduración.
Él estaba en lo alto de cualquier escalera,
él salía por todas las ventanas para el vuelo nupcial,
él te llamaba por tu verdadero nombre.
Construcciones en vilo,
sostenidas apenas por el temblor de un beso en la memoria,
por esas vibraciones con que vuelve un adiós;
cárceles de la dicha, cárceles insensatas que el mismo Piranesi envidiaría.
Basta un soplo de arena, un encuentro de lazos desatados,
una palabra fría como la lija y la sospecha,
y esa urdimbre de lámpara y vapor se desmorona con un crujido de alas,
se disuelve como templo de miel, como pirámide de nieve.
Dulzuras para moscas, ruinas para el enjambre de la profanación.
Querrías incendiar los fantasiosos depósitos de ayer,
romper las maquinarias con que fraguó el recuerdo las trampas para hoy,
el inútil y pérfido disfraz para mañana.
O querrías más bien no haber mirado nunca el alevoso rostro,
no haber visto jamás al que no fue.
Porque sabes que al final de los últimos fulgores, de las últimas nieblas,
habrá de desplegarse, voraz como una plaga, otra vez todavía,
la inevitable cinta de toda tu existencia.
Él pasará otra vez en esa ráfaga de veloces visiones, de días migratorios;
él, con su rostro de antaño, con tu historia inconclusa,
con el amor saqueado bajo la insoportable piel de la mentira, bajo esta quemadura.

sábado, 24 de octubre de 2009

( el dulce nombre de ...)



Y el psiquiatra me preguntó:




-¿A qué asocia el nombre de Alejandra?-

El dulce nombre de Alejandra
el olor de los pinos y cipreses
casas rojas castillos medievales
una dama en el umbral
muebles púrpuras
la prodigiosa simetría de los parques
una hoja siempre en blanco
delante del ojo que acaricia
la falta de sonido
las lilas de los muros
un dolor enfermizo por casi todo
el muelle gris
las cosas que sólo existen en jardines
para decir cuyos nombres
es necesario empezar por Alejandra
la antigüedad de algunas piedras
respiración entrecortada
la dificultad
para hacer amigos,
en fin, medianoches fatales
en que todo nos falta
especialmente
un amigo
una amiga
inolvidables.

"Diáspora" 1976

Alejandra Pizarnik y Silvia Molloy

—Tac, Tac, Tac. Los martillazos que daban no dejaban sosiego ni tranquilidad.


—Mantengamos en alto la líricaxx exigencia


Que impone jerarquías de la ropa interior.


La calidad del culo es la única excelencia...


Así cantaba el Chulo que nos dejó en herencia


El fino privilegio del culo y de la flor.



.



—Las lenguas muertas. Las lenguas vivavs. El palillero. el cura présbita.


La nariz roma. Una perra gorda en la mano y una flaca en la otra mano
para hacerle cuestiones al veterinario. El cogote cortado al rape. Enco-
gerse de hombros estilo Angélicacxxxx. Cojo. Hacer cama. ¡Qué cosa tan
bonita! Sus fuerzas son pocas, su habilidad es mucha. Tiene un culo algo
grande. ¡Qué lástima. Luego salieron seis enanos comiendo confites, opri-
miéndo sus niños contra sí, éstos contándose sus vidas y aquellos sus
amores.



.



El, la espalda.


El, la frente.


El, la llama.


El, la llama.


El, la llama.


El, la pez.


El, la tierra.


El, la cólera.


El, la prisxión.


El, la malmaison.


El, la toison.


El, la oración.


El, la creación.


El, la semaison.


El, la torpille, la ralme, la fumée, l’armoise, la dour, la légion d’honneur.


Vivaqueemos, vivaqueemos, vivaqueemos!!


C vous connûtes Rosita9?
ombrait lègèrement la lèvre supérieure de Rosette un duvet fin. Et aussi
celle de sa soeur Conchette la Soltère.









Nota: Atención de Sylvia Molloy. Escritos en colaboración con Pizarnik en París. Los errores tipográficos son de la versión original.

Der Blaue Reiter. August Macke




“¿No son los artistas salvajes, que poseen su propia forma, fuertes como la forma del trueno?...
…El hombre expresa su vida en formas. Cada forma artística es la expresión de su vida interior. El exterior de la forma artística es su interior.”

August Macke

(Las máscaras, texto breve publicado en el famoso almanaque de “der Blaue Reiter” 1912)

Tristan Tzara



Ha girado en torno al faro el nimbo de los pájaros azules
en las mitades de la oscuridad taladrando la lejanía de los barcos
y se han caído al agua cual cenizas de arcángeles
Se ha alterado el pan y la flor
En las leproserías yacen como gavillas nuestros amigos
Tú sigues cosiendo sola pensamientos para tu hijo
Solamente el tren arrastra sus vapores
Animal malherido que corre, destripado

Versión de Darie Novácenau

Fragmento De lo espiritual en el arte. Kandinsky.




“El artista no es un privilegiado de la vida, no tiene derecho a vivir sin deberes, está obligado a un trabajo pesado que a veces se convierte en su cruz. Ha de saber que cualquiera de sus actos, sentimientos, pensamientos constituyen el frágil, intocable, pero fuerte material de sus obras, y que por tanto, no es libre en la vida sino en el arte.”

Kandinsky (De lo espiritual en el arte. 1912)

Aún estás ahí. ( a Alejandra Pizarnik ) Juan Jacobo Bajarlía.






A Bhuma



Aún estás ahí
detrás de tu nombre

perdida en el camino que se extendía en el deseo

en las ausencias que caían de la noche

junto a la taza de café que enumeraba el abismo.

Los relojes dormían retardando el alba

y las palabras brillaban en tus ojos

buscando las puertas del exilio

las sombras que inscribían tu ser

y el miedo que humedecía tus ideas.


Aún estás ahí

detrás de tu nombre

el mundo en la valija

y el río de Heráclito en tus manos

bajo las horas que enredaban los recuerdos.

Sentada ahí

pasaban los espejos que cubrían tu voz

los horizontes

las piedras que alimentaban tu sangre

las imágenes que tejían el tiempo.


La poesía estallaba bajo la luna de Empédocles

y te abría la puerta de fuego

donde buscabas tu cuerpo detrás de tu nombre.

Sólo fue una palabra que cayó del enigma

cuando los ojos de la memoria te vieron esa noche.


Aún estás ahí

detrás de tu nombre.

jueves, 22 de octubre de 2009

Dalí y el sexo surrealista.






El cuadro que ven aquí arriba se llama El Gran Masturbador, y seguramente ya lo tienen visto. Es uno d elos cuadros más significativos de Dalí, que lo pintó en 1929, y que para muchos cierra su etapa lorquiana, aunque lo más importante es lo que el artista comienza a expresar a partir de este trabajo, ya que es un resumen de sus obsesiones (el título es elocuente), y lo realizó mientras pasaba unas vacaciones de Cadaqués, donde recibió la visita del pintor Magritte y su mujer, y del poeta surrealista Paul Eluard y Gala, su mujer, ante la cual Dalí queda totalmente subyugado.
El Gran Masturbador es una autorretrato de Dalí sobre el cual coloca todas sus obsesiones. Desde la soledad hasta el terror que le provocaba el sexo y el deslumbramiento por Gala, todo está expresado en este cuadro que además inicia no sólo su tormentosa relación con el movimiento liderado por André Bretón sino el nacimiento de su método paranoico-crítico.
Además, Dalí escribió un poema en francés con el mismo nombre, que, de alguna manera, complementa el cuadro.

Aquí, un fragmento traducido por Aldo Pellegrini en Femme Visible.



A pesar de la oscuridad reinante
la noche estaba en sus comienzos
en los bordes de las grandes escalinatas de ágata
donde
fatigado por la luz del día
que duraba desde la salida del sol
el gran Masturbador
su inmensa nariz apoyada sobre el piso de ónix
sus enormes párpados cerrados
la frente corroída por horribles arrugas
y el cuello hinchado por el célebre forúnculo que bulle de hormigas
se inmoviliza
extático en ese instante del crepúsculo todavía demasiado luminoso
mientras la membrana que recubre enteramente su boca
se endurece a lo largo de la angustiosa de la enorme langosta
aferrada inmóvil y apretada contra ella
desde hace cuatro días y cinco noches.
Todo el amor
y toda la embriaguez
del gran Masturbador
residía
en los crueles ornamentos de oro falso
que recubren sus sienes delicadas y blandas
e imitan
la forma de una corona imperial
cuyas finas hojas de acanto bronceado
se prolongan
hasta las mejillas rosadas e imberbes
y continúan sus fibras duras
hasta fundirlas
en el alabastro claro de su nuca.

Y LA MUERTE PERDERA SU DOMINIO. DYLAN THOMAS








Un poema de Dylan Thomas
Cuenta la leyenda que cientos de personas asistían a sus lecturas. Que su voz cautivaba a multitudes también junto al receptor de radio. Fue conocido como el Maudit, el gran poeta maldito, que le dio vitalidad a la poesía anglosajona. Dylan Thomas (Gales, 1914-Nueva York, 1953) cumplió con todos los ritos del bohemio. Su último whisky lo tomó en la taberna White Horse del del Chelsea Hotel, en NY. Dijo que era el número 18. Luego, se desplomó. Lo llevaron a su habitación del hotel y allí entró en coma. Y nunca salió. Robert Zimmermann se bautizó Bob Dylan en su honor.

Aquí, uno de sus poemas más conocidos. And Death Shall Have No Dominion. en la versión realizada por el poeta chileno Waldo Rojas


Y la muerte perderá su dominio…

Y la muerte perderá su dominio.
Los muertos desnudos serán un solo muerto.
Con el hombre en el viento y la Luna de occidente;
cuando se descarnen los huesos y desaparezcan los huesos.
Donde hubo codos y pies aparecerán estrellas.
Y aunque se sumerjan en profundas aguas tendrán que resurgir.
Y aunque los amantes se extravíen perdurará el amor.
Y la muerte perderá su dominio.

Y la muerte perderá su dominio.
Bajo los remolinos del mar
aquellos que yazgan largamente no morirán en la tempestad
retorciéndose en el tormento, cuando cedan los tendones
atados a una rueda no podrán destrozarse;
entre sus manos la fe se romperá en dos
y el Unicornio del mal los atravesará.
Y hendidos por todas partes no se desmembrarán.
Y la muerte perderá su dominio.

Y la muerte perderá su dominio.
Nunca más las gaviotas gritarán en sus oídos
o se romperán las olas tumultuosamente en la ribera;
allí donde se abrió una flor nunca más otra flor
ofrecerá su cabeza a los golpes de la lluvia.
Y aún locas o muertas como clavos
atravesarán la margaritas con sus cabezas de señoras;
irrumpiendo sobre el Sol hasta que el Sol se desprenda.
Y la muerte perderá su dominio.

SI SI SI A LA ANULACION DE LA LEY DE CADUCIDAD !!!


I


Hay una locura intensa

que necesita un cuerpo y una fulguración

y se desarrolla lentamente

en el tiempo

o en la eternidad de un tiempo.

Y hay otra locura

periódica,

de la sangre y el alma,

que es f ugaz como el sol,

que no admite desarrollo ni duración alguna en el tiempo.

Que es un llanto,

instantáneo resoplar del cuerpo,

y que sana, distante,

en un elixir que difícilmente se prueba.

IV

Últimamente he ingerido demasiados demonios

he practicado por los alambres,

alambres que quemaban mi corazón

y ungúentaban mi conciencia

Conciencia dormida o muerta

me da lo mismo.

Pero no sufro

ya que todo retorna

y los cuentos de oro

habrán de convertirse en realidades de un día.

Volveré a mi y la demencia retornará al antiguo sentido

de las charlas alrededor del fuego

entre las gárgolas del templo.

La luz está muda, ahora,

cuando resuena sin estrellas.

Y el campo se vuelve un papel orgánico

para desmenuzar la pequeña historia

del miedo a lo inmenso.

Una mujer. L.A.Spinetta

Una mujer

desde otra tarde,

salpicada por un profundo espejo.

Tirada en el abismo

con sus menstruos carmín

depositados en el limo natural

con la precisión de besos.

Una damisela realmente celeste.

Vestidos de espuma dilatados,

corsés rosa,

adornos y teñidos.

Una mujer con collares

con ojos manuscritos

con pezones labiales y suaves

con sombreros de pétalos tan claros.

Una mujer dada a su propio mundo,

mundo que la deglute

y que te da los rayos.

Le da canastos con frutas e hijos,

miembros que la deshacen

y la vuelven a hacer nacer.

Barriletes en azoteas,

ligustros blancos.

Una mujer transportada es un misterio.

Donde rozan sus pies dialogan flores

y aparecen sangres.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Jackson Pollock. Expresionismo Abstracto.




El expresionismo abstracto (EEUU, 1947) es el primero de los grandes movimientos artísticos de posguerra considerado genuinamente estadounidense. Los Estados Unidos fueron siempre hospitalarios al arte avant-garde de los europeos, pero cabe resaltar que fueron los surrealistas recién llegados, los que suministraron el estímulo decisivo. Sin su presencia en Nueva York, nunca hubiese nacido el expresionismo abstracto.
La figura del cambio, el más importante eslabón entre el surrealismo europeo y lo que habría de seguir, fue Arshile Gorky.
En esta época la mayor parte de los artistas más importantes de esta corriente se apartan del lenguaje figurativo y crean un nuevo estilo en donde se fusionan abstracción y surrealismo. De éste, toman el automatismo, además de experimentar con nuevas técnicas practican un arte marcadamente individualizado en el que prima la expresión de la personalidad del artista.

En el expresionismo abstracto se pueden distinguir dos grandes vías: la gestual o pintura de acción (action painting) y la pintura de superficie-color (color field-painting). En la pintura de acción encontramos artistas como Pollock, de Kooning, Kline, Motherwell, Gorky y Hoffmann. Estos artistas conciben la creación pictórica como un verdadero ritual y utilizan la pintura para dar rienda suelta a sus estados de ánimo.

La pintura de superficie-color centra su interés en las diferentes posibilidades de ciertas yuxtaposiciones cromáticas y en la combinación de colores en superficies generalmente de grandes dimensiones.
Mark Rothko, Clifford Still y Barnett Newman aparecen vinculados a esta vía.





"Cuando algo está terminado, significa que eso esta muerto, ¿no
es así? Yo creo en la perdurabilidad. Yo nunca termino una pintura: solamente dejo de trabajar en ella por un tiempo. Me gusta pintar porque es algo que nunca llego a terminar. A veces pinto un cuadro y luego lo despinto todo. A veces estoy trabajando en quince o veinte obras al mismo tiempo Hago esto porque quiero, porque me gusta cambiar mi opinión a menudo.
Lo que hay que hacer es empezar siempre a pintar, nunca terminar de pintar."

Arshile Gorky






Esta idea de una "dinámica continua" iba a jugar una parte importante en el "expresionismo abstracto" y especialmente en la obra de Jackson Pollock. El propio Gorky fue incapaz de continuarla. Después de una larga serie de infortunios, se suicidó en 1948. Fue quizás el más distinguido de los surrealistas que ha producido Norteamérica.
Mucho menos "europea" era la obra de Jackson Pollock, a pesar de que fue Pollock quien se convirtió en la estrella de la Art of This Century Gallery. Igual que Gorky, Pollock se desarrollo muy lentamente.

Nació en 1912, y pasó su juventud en el Oeste, en Arizona, el norte de California, y luego en el sur de California. En 1929 dejó Los Angeles y viajó a Nueva York a estudiar pintura con Thomas Benton, un pintor "regionalista". Durante la década del treinta, como muchos artistas norteamericanos de su generación, cayó bajo la influencia de los mejicanos contemporáneos. El entusiasmo de Diego Rivera por un arte público "perteneciente al pueblo" puede muy bien haber ayudado a desarrollar el sentido de la escala de Pollock. Más tarde cayó bajo la influencia de los surrealistas, como le había pasado a Gorky, y la señorita Guggenheim lo contrató para su galería.
Hacia 1947 Pollock había alcanzado el estilo por el que es más conocido: abstracción informal, libre, basada sobre la técnica de chorrear y embadurnar pintura sobre la tela.
"Mi pintura no viene del caballete. Casi nunca estiro la tela antes de pintar. Prefiero afirmar la tela sin estirar sobre una pared dura o el piso. Necesito la resistencia de una superficie dura.
Sobre el piso me siento más cómodo. Me siento más cerca, más parte de la pintura, ya que de esta manera puedo caminar alrededor, trabajar desde los cuatro costados y estar literalmente en la pintura. Esto es similar a los pintores rupestres indios del Oeste.


Continúo alejándome de las herramientas usuales del pintor, tales como caballete, paleta, pinceles, etc. Prefiero palos, cucharas, cuchillos y gotear pintura fluida o una densa pasta con arena, vidrio molido u otros materiales inusuales adicionados.
Cuando estoy en la pintura no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Sólo después de una especie de período «de acostumbramiento» ver, en lo que he estado. No tengo miedo de hacer cambios, destruir la imagen, etc., pues la pintura tiene una vida en sí misma. Trato de que ésta surja. Sólo cuando pierdo el contacto con la pintura, el resultado es una confusión. Si no, es pura armonía, un fácil dar y tomar y la pintura sale muy bien".
Una de las consecuencias más radicales del método de trabajo de Pollock, en lo que concierne al espectador, fue el hecho que cambió completamente el tratamiento del espacio. Pollock no ignora los problemas de espacio; sus pinturas no son planas. En cambio, crea un espacio que es ambiguo.

Reconocemos la superficie de la pintura, pero también el hecho de que casi toda la caligrafía parece estar suspendida algo más atrás de la superficie, en un espacio que ha sido deliberadamente comprimido y privado de perspectiva.

De esta manera, Pollock no sólo está relacionado con los surrealistas sino con Cézanne. Evidentemente, cuando pensamos en la perspectiva ilusionista usada por Dalí y aun Tanguy, quedará claro que éste es uno de los puntos en que Pollock difiere notablemente de sus mentores.
Los ritmos alternantes que usa Pollock tienden a sugerir "una progresión espacial a través de la tela" más que directamente hacia ella, pero este movimiento siempre está bajo control y al final vuelve hacia el centro, donde está el peso principal del cuadro. Como se verá por su propia descripción, estas características reflejan el método de trabajo de Pollock. El hecho de que la imagen fuera creada antes de que el propio límite de la tela hubiera sido establecido (era recortada después, para adaptarse a lo que se había producido) tendía a enfocar la atención en el movimiento lateral. Este método de organización algo primitivo iba a tener consecuencias importantes.

Tanto por temperamento como por virtud de las teorías que profesaba éstas en su mayoría productos de su forma de ser Pollock era un artista subjetivo. Para él la realidad interior era la única realidad. Harold Rosenberg, el principal teórico del expresionismo abstracto, describe el estilo como un "fenómeno de conversión".
Llega hasta llamarlo un "movimiento esencialmente religioso"

Pero era un movimiento religioso sin mandamientos, como surge del comentario de Rosenberg de que "el gesto sobre tela" era un "gesto de liberación sobre el Valor, político, estético, moral".


A partir de 1950 su estilo cambió de nuevo, retomando la figuración en blanco y negro, dentro de un estilo muy virtuosista.
Murió el 11 de agosto de 1956 a consecuencia de un accidente de automóvil.







lunes, 19 de octubre de 2009

Oswaldo Guayasamín.


Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente


El gritoAlineación al centro
La Edad de la Esperanza por Óscar Jara Albán

Pablo Neruda decía que los nombres de Orozco, Rivera, Portinari, Tamayo y Guayasamín forman la cordillera de los Andes de la pintura del continente Americano.
Será también por eso que Oswaldo Guayasamín (Quito 1919-1999) incorporó a su iconografía los volcanes, como fuerza de la naturaleza que acompaña al dolor de cenizas de los habitantes de esas cordilleras.
La muerte le encontró a Guayasamín trabajando, como le encontraban los amigos y los periodistas. Su traje de recibir visitas era un viejo jersey azul, pantalones de fontanero a juego, y alpargatas de esparto, todo el conjunto manchado de gotas de pintura. Su lugar preferido para hablar era su amplio taller. Hablaba y daba pinceladas, tenía prisa, quería inaugurar la Capilla del Hombre, su museo en la Mitad del Mundo.

Oswaldo Guayasamín. 2da parte

Lágrimas negras

Mural Edad de la ira

El ser octogenario no le había quitado vigor ni ilusiones: "Estar en la tercera edad pictórica como yo es estar en una edad madura pero no vieja" me decía en una de las últimas entrevistas que concedió. Dividió su obra en etapas vitales. A la primera la llamó la Edad de la Ira, donde sus dibujos y colores hablan del desgarro del indio americano y de un paisaje abrupto, signo de conciencia cultural y denuncia.



Mural de la miseria





Las manos de la ternura

Esta fuerza violenta dejó paso a la Edad de la Ternura, vínculo de la madre y de los hijos que fue el eje de su trabajo como forma de redención de las relaciones humanas.

Ternura

En sus últimos años decía encontrarse trabajando en la Edad de la Esperanza, la síntesis de todos sus conocimientos técnicos y de su experiencia vital. Tres etapas desarrolladas en trabajo de seis décadas que reúnen más de 6.000 cuadros -"casi toda mi obra está en el extranjero, porque la burguesía criolla no paga tanto a un indio"- y murales de gran dimensión, como los de la sede de la UNESCO, y polémicos como el del palacio legislativo del Ecuador, donde comparó a la CIA americana con los nazis.

La fábula de Joan Miró. Octavio Paz



El azul estaba inmovilizado entre el rojo y el negro.
El viento iba y venía por la página del llano,
encendía pequeñas fogatas, se revolcaba en la ceniza,
salía con la cara tiznada gritando por las esquinas,
el viento iba y venía abriendo y cerrando puertas y ventanas,
iba y venía por los crepusculares corredores del cráneo,
el viento con mala letra y las manos manchadas de tinta
escribía y borraba lo que había escrito sobre la pared del día.
El sol no era sino el presentimiento del color amarillo,
una insinuación de plumas, el grito futuro del gallo.
La nieve se había extraviado, el mar había perdido el habla,
era un rumor errante, unas vocales en busca de una palabra.

El azul estaba inmovilizado, nadie lo miraba, nadie lo oía:
el rojo era un ciego, el negro un sordomudo.
El viento iba y venía preguntando ¿por dónde anda Joan Miró?
Estaba ahí desde el principio pero el viento no lo veía:
inmovilizado entre el azul y el rojo, el negro y el amarillo,
Miró era una mirada transparente, una mirada de siete manos.
Siete manos en forma de orejas para oír a los siete colores,
siete manos en forma de pies para subir los siete escalones del arco iris,
siete manos en forma de raíces para estar en todas partes y a la vez en Barcelona.

Miró era una mirada de siete manos.
Con la primera mano golpeaba el tambor de la luna,
con la segunda sembraba pájaros en el jardín del viento,
con la tercera agitaba el cubilete de las constelaciones,
con la cuarta escribía la leyenda de los siglos de los caracoles,
con la quinta plantaba islas en el pecho del verde,
con la sexta hacía una mujer mezclando noche y agua, música y electricidad,
con la séptima borraba todo lo que había hecho y comenzaba de nuevo.

El rojo abrió los ojos, el negro dijo algo incomprensible y el azul se levantó.
Ninguno de los tres podía creer lo que veía:
¿eran ocho gavilanes o eran ocho paraguas?
Los ocho abrieron las alas, se echaron a volar y desaparecieron por un vidrio roto.

Miró empezó a quemar sus telas.
Ardían los leones y las arañas, las mujeres y las estrellas,
el cielo se pobló de triángulos, esferas, discos, hexaedros en llamas,
el fuego consumió enteramente a la granjera planetaria plantada en el centro del espacio,
del montón de cenizas brotaron mariposas, peces voladores, roncos fonógrafos,
pero entre los agujeros de los cuadros chamuscados
volvían el espacio azul y la raya de la golondrina, el follaje de nubes y el bastón florido:
era la primavera que insistía, insistía con ademanes verdes.
Ante tanta obstinación luminosa Miró se rascó la cabeza con su quinta mano,
murmurando para sí mismo: Trabajo como un jardinero.

¿Jardín de piedras o de barcas? ¿Jardín de poleas o de bailarinas?
El azul, el negro y el rojo corrían por los prados,
las estrellas andaban desnudas pero las friolentas colinas se habían metido debajo de las sábanas,
había volcanes portátiles y fuegos de artificio a domicilio.
Las dos señoritas que guardan la entrada a la puerta de las percepciones,
Geometría y Perspectiva,
se habían ido a tomar el fresco del brazo de Miró, cantando
Une étoile caresse le sein d’une négresse.

El viento dio la vuelta a la página del llano, alzó la cara y dijo, ¿Pero dónde anda Joan Miró?
Estaba ahí desde el principio y el viento no lo veía:
Miró era una mirada transparente por donde entraban y salían atareados abecedarios.

No eran letras las que entraban y salían por los túneles del ojo:
eran cosas vivas que se juntaban y se dividían, se abrazaban y se mordían y se dispersaban,
corrían por toda la página en hileras animadas y multicolores, tenían cuernos y rabos,
unas estaban cubiertas de escamas, otras de plumas, otras andaban en cueros,
y las palabras que formaban eran palpables, audibles y comestibles pero impronunciables:
no eran letras sino sensaciones, no eran sensaciones sino Transfiguraciones.

¿Y todo esto para qué? Para trazar una línea en la celda de un solitario,
para iluminar con un girasol la cabeza de luna del campesino,
para recibir a la noche que viene con personajes azules y pájaros de fiesta,
para saludar a la muerte con una salva de geranios,
para decirle buenos días al día que llega sin jamás preguntarle de dónde viene y adónde va,
para recordar que la cascada es una muchacha que baja las escaleras muerta de risa,
para ver al sol y a sus planetas meciéndose en el trapecio del horizontes,
para aprender a mirar y para que las cosas nos miren y entren y salgan por nuestras miradas,
abecedarios vivientes que echan raíces, suben, florecen, estallan, vuelan, se disipan, caen.

Las miradas son semillas, mirar es sembrar, Miró trabaja como un jardinero
y con sus siete manos traza incansable —círculo y rabo, ¡oh! y ¡ah!—
la gran exclamación con que todos los días comienza el mundo.

domingo, 18 de octubre de 2009

Las Meninas

Las Meninas. Ensayo sobre la obra. 1era parte

Fragmento de: La continua visibilidad de lo invisible. Magritte, Foucault Hegel y la pintura del pensamiento, por: Esteban Ierardo*


* Filósofo, investigador y docente de la materia Principales Corrientes del Pensamiento Contemporáneo. Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
Cátedra del recientemente fallecido profesor titular Nicolás Casullo.
Mi tributo a una de las materias más bellas de la carrera.

(Todo el material citado en los blogs originales será re-publicado con el correspondiente enlace a la fuente).








La imagen no elimina el pensamiento. Por el contrario, lo realiza. El pensamiento que se consuma mediante lo visual es lo que acontece en Las meninas de Velázquez. Así lo entiende Foucault en su interpretación de la obra máxima del genio sevillano en el comienzo de Las palabras y las cosas.

Foucault lee a Borges. Se asombra y divierte con El idioma analítico de John Wilkins. Ocurrencia borgeana que regala al lector la peculiar clasificación de una enciclopedia china. Aquí se clasifican los animales en " a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas" (9). Este ordenamiento, basado en una diversidad o heterotopía, genera un espacio clasificatorio común compartido por los animales empíricos o "reales" ("lechones", animales "pertenecientes al Emperador", "perros sueltos"), los animales relacionados con situaciones particulares y heterogéneas ( los seres incluidos en la propia clasificación; los animales dibujados por un pincel de fino "pelo de camello"; los "que de lejos parecen moscas", o los que "acaban de romper un jarrón"), y los animales imaginarios (los "fabulosos", y las "sirenas").

Pero el lugar de convergencia de esta constelación heteróclita constituye un "espacio impensable", un "no lugar". Es un sitio que no existe afuera, en la realidad empírica. El lugar de la convergencia de los seres y situaciones diversas de lo físico y lo imaginado sólo puede existir en el lenguaje, en el plano del discurso, no en el mundo de las cosas. Las heterotopías de la clasificación borgiana anuncian una imposibilidad: las palabras (que denotan el entrecruzamiento de lo empírico y lo imaginado) y las cosas no pueden permanecer juntas. Lo imaginario de la clasificación china detona la imposibilidad del lenguaje como correspondencia entre la palabra y el mundo natural.

El lenguaje es palabra, concepto, pensamiento, construcción del enunciado y lo decible de un orden que trasciende la inmediatez de lo empírico. Lo físico inmediato carece de forma. Es caos sensorial. Materia informe. Silenciosa posibilidad que espera su consumación a través de un orden lingüístico. Que configura un mundo siempre desde un horizonte histórico, una episteme, un código fundamental de la cultura, un orden. Y "de este orden deben sus leyes los cambios, su regularidad los seres vivos, su encadenamiento y su valor representativo las palabras" (10).

En su investigación, Foucault se atiene a tres órdenes o epistemes: el Renacimiento (s. XVI); la episteme clásica (s.XVI y XVII); y la episteme de las ciencias humanas (siglo XIX).







En el Renacimiento, las palabras se corresponden aún con las cosas. La naturaleza es un gran libro. Es "la prosa del mundo". La cultura renacentista lee el lenguaje escrito en las páginas del universo. A su vez, el orden del arriba (macrocosmos) se corresponde con la existencia humana y animal (microcosmos). Las palabras y las cosas tejen una red de semejanzas, correspondencias, de analogías secretas y mágicas (11). Todo se liga entre sí mediante vastas redes laberínticas. La correspondencia en el Renacimiento entre las palabras y las cosas es el último coletazo en Occidente de la originaria lengua adánica. De aquella lengua única, anterior a la confusión babélica, donde la palabra confería su identidad a la cosa.

Las Meninas. Ensayo sobre la obra. 2da parte

En el siglo XVII, con la configuración de la episteme clásica, el mundo ya no será una escritura de origen divino que se deba leer. El mundo mismo será construcción de un sujeto racional. Lo real sólo es en tanto representación (del sujeto ordenador y racional). El pensamiento cartesiano sólo acepta la verdad como lo descubierto y controlado por una racionalidad metódica (tal como acontece en El discurso del método, o en Las meditaciones cartesianas). La realidad, en tanto representación, se sostendrá mediante clasificaciones, taxonomías de diversos seres y cosas consumados por la subjetividad que conoce y se representa lo real. El pasaje de la palabra que dice la cosa (Renacimiento), a la palabra que ordena o representa (episteme clásica) se consuma, según el análisis de Foucault, mediante un previo quiebre en el espacio literario. El Quijote es ese momento de fractura.

Alonso Quijano se identifica con la letra leída. Se imagina encarnación de un mundo que existe en la escritura. Se autoinventa mediante su identificación con la literatura de caballería. Es lo que lee. Se autoconstruye dentro de lo escrito. Quijano se convierte entonces en el Quijote. Y luego inicia sus aventuras para buscar correspondencias entre el lenguaje caballeresco y el mundo. Pero los isomorfismos son ilusorios: el dragón con el que el Quijote cree combatir no es ya un dragón sino un molino de viento; Dulcinea no es una bella cortesana sino una humilde campesina. El lenguaje no se derrama ya en un gozoso encuentro con las cosas. Ahora proyecta un nuevo orden histórico sobre la pasividad de la materia. Lo dicho por el lenguaje caballeresco sólo existe como efecto de un enunciado lingüístico. Ahora, lo real no es un orden de cosas que se corresponden con las palabras, sino la episteme clásica fundada por un sujeto que se representa un mundo (12).

Dentro del horizonte de la representación clásica expande su genio Velázquez. El pintor español manifestó de manera precoz su singularidad en el taller de Pacheco. En su juventud, pintó bodegones, un género despreciado que, como burla o divertimento, fue cultivado antes en Italia. En aquella etapa inicial, Velázquez atribuía dignidad a la gente común entregada a sus humildes faenas cotidianas. Es el caso de El aguador de Sevilla, o La freidora de huevos. Pero Velázquez era un pintor cortesano. Su paleta aprendió a rendir pleitesía al rey y la corte. Las Meninas es, en principio, una pintura cortesana. Es previsible que un artista dependiente del Rey pinte a Felipe IV durante varios momentos de su vida, que pinte a duques y clérigos, e inclusive a enanos y bufones de la corte. Sería previsible entonces que, en algún momento, Velázquez retrate a la infanta Margarita y a las meninas, las damas de la corte. Pero Velázquez, en la célebre obra que aquí consideramos, no pinta a los personajes cortesanos. No reproduce meramente un modelo aristocrático. Pinta en realidad un lugar o centro que ve y ordena el espacio y los seres de ese modelo.

Atendamos primero a la imagen inmediatamente visible. En primer plano, en el centro, se encuentra la infanta Margarita, que dimana un exultante encanto infantil. A su lado, se hallan las meninas, las damas de corte, Doña María Agustina Sarmiento y Doña Isabel de Velasco; en la izquierda, se ve al pintor, Velázquez, con la cruz roja de Santiago en su pecho, mientras pinta un lienzo dentro del cuadro. En el extremo derecho se acomoda un mantín castellano, que recibe un pistón del enano Nicolasito, junto al que se ve, con mirada distraída, a la enana Maribárbola. En la pared del fondo, en una puerta abierta, José Nieto, el encargado de los aposentos de la infanta, permanece parado frente a una escalera por la que fluye la luz. Este personaje también ve lo que ve el pintor. Y, a un lado, resplandece un espejo. En su mágica superficie reflectante se corporiza la pareja real: Felipe IV y la reina Mariana. En el análisis de Foucault es esencial dilucidar qué es lo pintado por el pintor. ¿Cuál es el verdadero tema de la pintura? El espejo del fondo revela lo más imperceptible del proceso creador del artista sevillano. La imagen especular anuncia la realidad subyacente del cuadro, en principio, muda e invisible.

Las Meninas. Ensayo sobre la obra 3era parte.




El pintor pinta en principio el lugar de la mirada de la pareja real, que está fuera del cuadro y que se refleja en el espejo. Lo especular, lejos de agotarse en la ilusoria producción del reflejo, restituye la visibilidad del rey y la reina que "están retirados en una invisibilidad esencial"; y, desde allí, "ordenan en torno suyo toda la representación" (13). El lugar de la mirada de la pareja real remite, desde lo simbólico, a un centro, a un lugar soberano: "este centro, es, en la anécdota, simbólicamente soberano ya que está ocupado por el rey Felipe IV y su esposa" (14).

Pero este lugar-centro es complejo, alberga una triangularidad circular de miradas, una "triple función" por la que en el cuadro "vienen a superponerse con toda exactitud la mirada del modelo en el momento en que se la mira, la del espectador que contempla la escena y la del pintor en el momento en que compone su cuadro (no el representado, sino el que está delante de nosotros y del cual hablamos). Estas tres funciones 'de vistas' se confunde en un punto exterior al cuadro; es decir, ideal en relación con lo representado, pero perfectamente real ya que a partir de él se hace posible la representación" (15). Tres miradas se unen en un solo movimiento.

La mirada de la pareja real, la del espectador del cuadro y la del pintor. El pintor no ve ya la presencia de la pareja real, sino lo visto por esa mirada. Este ver se irradia desde un "punto exterior" al cuadro, de un lugar-centro, una centralidad soberana de un sujeto que organiza y ordena lo visible. Y esta acción ordenadora es un representar. No es lo real como cosa en sí, sino el mundo como imagen u orden representado. A partir de ese momento, toda mirada sólo es posible dentro de un espacio que es efecto de la potencia ordenadora de la representación. Velázquez ya no pinta entonces un modelo que se ofrece en una desnuda inmediatez. Pinta el lugar constituyente o soberano, sólo asociable, de forma superficial y equivoca, con la mirada de la pareja real.

El genio sevillano no retrata la presencia de los seres con sus colores o volúmenes. Pinta el lugar que, mediante el representar, piensa y ordena el espacio, los seres y las cosas. Velázquez hace así visible la configuración arquetípica del pensamiento moderno: la representación clásica. Las meninas es la obra que obra la visibilidad de lo real como representación.

Tras concluir el libro que contiene su célebre indagación sobre los sentidos de la pintura del genio de Sevilla, el pensador francés le envío un ejemplar al pintor belga. Magritte le contestó al poco tiempo: "Las meninas son la imagen visible del pensamiento invisible de Velázquez" (16). El artista español fluye hacia un pensamiento. Pinta su propio pensar. Pero el pensamiento invisible no era el de Velázquez, sino el pensar de un sujeto que piensa lo real como representación.

my love´s anoda´ (s)kind