sábado, 17 de abril de 2010

Aspacia o la peripecia. A. Pizarnik

(...)

– Quiero que me dejen partir para ir a ocultar en el
fondo del mar mi tristeza sin fondo.
– ¡Oh! –dijo Aspasia. Y se tiró un pedo azul.
A lo cual sonrió todo el mundo, según nos enteramos
leyendo el diario íntimo de Chú:
"... do azul. A lo cual sonrió todo el mundo. Exagero.
Había una cosa que no sonreía; era el mate".

Autorreportaje. Vanesa Sacca

– ¿hay algo que te dé mucho asco?
– la baba de los bebés y las grandes cantidades de gente.



– ¿y a vos te parece la sexualidad algo conflictivo?
– sí.
– ¿y creés que el motor sexual es algo que carga con culpa?
– sí.
– ¿y si te mueve algo hacia adelante creés que tiene que ver con un erotismo latente?
– sí.
– ¿qué buscás en la gente?
– que me resulte agradable a los sentidos. Que tenga un fondo que se relacione con algo que me resulta atractivo.
– ¿qué es atractivo para vos?
– lo que alguien puede decir, los colores, la forma en que se mueve, y lo que oculta.
– ¿lo que oculta?
– sí, todo eso que no se ve.
– ¿y vos pensás que lo que no se ve tiene que ver con algo positivo o negativo?
– creo que tiene que ver con las inseguridades, con las debilidades, con cosas positivas y negativas.
– ¿cómo creés que te ve la gente?
– creo que algunos me ven como quiero ser vista y otros no.
– ¿quiénes son más atractivos?
– los que no.
– ¿“no” es una palabra atractiva?
– sí.
– ¿estás ocultando algo?
– sí.
– ¿me querés decir de qué se trata?
– no.
– ¿te gusta que te saquen fotos?
– sí.
– ¿siempre?
– no.
– ¿creés que estás llegando muy tarde?
– sí.
– ¿te molesta?
– sí, un poco.



– ¿vos creés que el mar guarda los secretos más interesantes?
– sí.
– ¿y qué te gusta de los secretos?
– la intimidad, que son ocultos, que guardan misterio.
– ¿vos tenés muchos secretos?
– sí.
– ¿eso te hace interesante?
– sí.
– ¿me contarías alguno?
– no.
– ¿y toda esa gente qué hace cerca tuyo?
– quieren saber mis secretos.
– ¿y vos creés que la gente se junta para conocer los secretos de unos y de otros?
– sí.



– ¿qué es lo que más te gusta?
– que me hagan reír hasta doblarme en dos.
– ¿te gusta que se vean tus curvas?
– no.
– ¿te gusta tenerlas?
– no.
– ¿quién te gustaba en la primaria?
– no sé.



– ¿qué te pasa con las comidas?
– me dan algo que no puedo explicar.
– ¿te gusta comer?
– sí.
– ¿te gusta cómo comés?
– no.
– ¿te molesta decir que te gusta comer?
– sí.
– ¿y ahora qué estás haciendo?
– estoy comiendo.
– ¿qué te parece suculento?
– estoy comiendo.
– un plato de vegetales muy condimentado…
– ¿hay algo que no comerías?
– sí.
– ¿sos vegetariana?
– no.
– ¿hay diferencia entre ser vegetariano y comer vegetariano?
– sí.
– ¿te gusta que te vean comer?
– no.
– ¿te molesta que hablen de comida?
– mucho.
– ¿hablás de comida?
– sí.



– ¿cómo ves tu vida hoy?
– incierta.
– ¿te asusta?
– no.
– ¿qué quisieras estar haciendo en un tiempo?
– vivir más tranquila, depender menos de un trabajo.
– ¿qué es lo que más te gusta de este presente?
– que pronto será pasado, y algo del futuro me va a sorprender.
– ¿te pesa vivir en Buenos Aires?
– a veces un poco.
– ¿vivirías en otro lugar?
– sí, por tiempo limitado.
– ¿podés pensar en tiempo ilimitados?
– no.
– ¿estás enamorada?
– puede ser.
– ¿elegirías a esa persona para siempre?
– no sé.



– ¿qué más buscás en la gente?
– que le traigan algo nuevo al mundo, una nueva huella digital no es suficiente.



– ¿qué es la muerte para vos?
– un límite necesario.
– ¿es una pérdida?
– no.
– ¿qué sucede con el tiempo?
– se redimensiona.



– ¿y qué hacés acá sola?
– vine a una fiesta.
– ¿y esto es una fiesta?
– sí.
– ¿y la gente que la organiza?
– no sé, no están…
– ¿y eso te incomoda?
– sí.
– ¿estas líneas te sirven para no incomodarte?
– sí.
– ¿te sentís mal?
– no, raro.
– ¿qué es lo que te da pena?
– las miradas de los otros.
– ¿creés que los otros te miran?
– sí.
– ¿y que pasaría si no te vieran?
– me moriría.
– ¿cuáles son las cosas que te matarían?
– que nadie me recortara de un todo, que nadie me viera, quedarme sola.
– ¿te gustó leer esas cartas?
– sí.
– ¿por qué?
– porque refrescan mi memoria.
– ¿creés que las cosas que guardás tienen este sentido?
– sí.
– ¿qué pasará?
– no lo sé.
– ¿querés saberlo?
– ahora no.
– ¿tenés ganas de decirle algo?
– sí.
– ¿qué?
– ¡¡¡¡¡¡¿qué me mirás?!!!!!!
– ¿pero no era que si no te miraban te morías?
– sí.
– ¿quién vino?
– un pelo muy llamativo.
– ¿te tranquiliza ver



– ¿qué te pasó cuando te autopreguntabas en el video de Roxy?
– quedé en ridículo frente a mí.
– ¿y cuánto quebraste por filmarte en público?
– mucho.
– ¿entonces la filmación debe ser puramente privada?
– en su producción, sí.

Toda azul. Alejandra Pizarnik

- Azul es mi nombre -dije.
Los jardines del hospicio con estatuas, con flores obscenas.
Los vestidos de azul iban y venían como quien recita un mismo poema interminable.
- ¿Por qué traes los ojos tan fijos? -dijo.
Yo misterio mi mirada para que al mirarla no se vuelva azul la rosa rosa.
Aquí vienen mis tres amigas: V., S. y O.
O.: de sacerdotisa sus ojos de pájara, de topo sus manos, de reina de desterrados su voz.
O. me cuenta cuentos de muertes inacabadas.
- O., tengo miedo de este gran NO que se me sube a la cabeza.
Hablamos. Así somos dos quienes se reparten el botín, el peso del cadáver.
V. me insta a responder al llamamiento. Amiga cercana como el dolor de mi nuca. Rigurosa como una emperatriz bizantina, es capaz de morir por una palabra mal pronunciada.
- Lugar azul se llama mi recinto -dije.
Es tarde para gritar. El embaucamiento degradó las apariencias.
- Jaula azul -dije indicando la prisión donde yacía.
- ¿Por qué crimen? -preguntaron las damas que ululaban como las sirenas de un barco que se hunde.
- Si me dan el cuadrado mágico que cambia los colores y los vuelve fugitivos, entonces sí.
- Solo queremos ayudarte -dijeron.
- No pueden -dije llorando sin tristeza, sin piedad.
Cantaron himnos para curarme. Aprecié la distancia que me separaba de ellas. Yo estaba tan sola que mis miedos desaparecieron como por ensalmo.
Mostré, uno a uno, los dedos de una de mis manos.
- El lujurioso, el voluptuoso, el lúbrico, el mórbido y el lascivo. Mi mano es el espejo de la matadora.
- Danos más explicaciones -dijo S.
- Un instante ilícito se paga con años de silencio opaco. ¿A quién contar mi alegría y mi antigua ternura?
- A una cebra heráldica, a un pingüino rosado -dijo la de los ojos de maga.
Un animal de papel atravesó el lugar azul.
Cuando yo, la presagiosa en mis sueños privados; la transformista de sus emblemas antiguos y humillados; cuando yo, ¿entienden?
- No.
- Ronda nocturna. Un payaso me sonríe a fuego vivo y me transforma en una muñeca: Para que nunca te marchites (dice).
- Danos más explicaciones -dijeron las celestes.
- Los sufrimientos me dispensan de dar explicaciones -dije.
Sonreí.
- Mis amores con el payaso duraron lo que la lluvia -dije-. También él quería ir-hasta-cierto-punto.
Sonreí.
- Loba azul es mi nombre -dije.

El gran afinado. Alejandra Pizarnik



– Conocer el volcánvelorio de una lengua equivale a
ponerla en erección o, más exactamente, en erupción.
La lengua revela lo que el corazón ignora, lo que el
culo esconde. El vicariolabio traiciona las sombras
interiores de los dulces decidores –dijo el Dr. Flor
de Edipo Chú.
– Usted prometió enseñarme a pintar con un pincel, no
con la lengua –dijo A.

(...)

– Lo que yo quiero es sombrear –dijo sombría.
El bocaza cerró la boca, tragó la mosca y sonrió en
tanto rescataba sus demás facciones.
– Lejanita, sombrear sombras es el callado deseo
máximo de todo gran artista. (...)

(...)

– No sos más que una niña que no debe saber la
respuesta a su pregunta –dijo blandiendo el páncreas
de un pollo como si fuera el Santo Graal.
– Pienso en la anémona, en la balsamina, en esa flor
niña que llaman aciano. Evoco una camelia pegada con
scotch-tape encima de una dalia.
El Dr. Chú se puso a temblar, acometido por la gama
completa de los chuchos.
– Usted anocheció –dijo A.–. Su cara es color turchino
carico.
– ¿Por qué no me dijiste antes que hablás la lengua
del danés Dante? –dijo el dueño de un repentino
prurito.
– Porque no la hablo –dijo A.–. Ahora hay un color
incarnato paseándose por su cara.
– Decís que no sabés el italiano y me decís tamaña
necesidad. Ergo: sabés el italiano.
– Nací reñida con el ergo –dijo A.

(...)

– (...) Esto me recuerda, pequeña amiga del viento
Este, que no te pregunté cuáles son las mejores
propiedades de los cuerpos.
A lo cual respondió A.:
– La trompa marina, en los elefantes acuáticos. El
cubo de nieve, en las sombras de las plantas
tropicales. El pozo arlesiano, en la memoria de los
cuervos de Van Gogh. El banco de arena, en los avaros
blandos.

sábado, 3 de abril de 2010

La calle de los sueños perdidos.

Un hombre ha perdido un sueño y no lo puede encontrar. Muchos seres perdieron un sueño.

¿Cuántos siguen el rastro del sueño perdido?

Un sueño puede perderse de día o de noche, a la hora indecisa de la madrugada, en la calle, en la casa, en un hotel, en una plaza, en un vagón de ferrocarril, en un barco. En cualquier lugar puede perderse un sueño como se pierde una llave.

¿Ha encontrado usted alguna vez una llave en la calle?

¿Ha encontrado un sueño perdido?

(¿De qué le vale una llave, un sueño, si no es su llave, su sueño?)

El mundo está lleno de sueños perdidos.

El honrado chofer devolvió la valija olvidada en su coche de alquiler. El honrado transeúnte devolvió la cartera repleta de billetes.

Nadie, que yo sepa, ha devuelto un sueño.

Nadie.

Y los sueños se pierden, de la noche a la mañana, como cualquier objeto. Se pierden y se encuentran. (¿Dónde? ¿Dónde?)

Un hombre ha perdido un sueño. (Se gratificará a quien lo devuelva). Lo perdió en una ausencia, o en una espera. No sabría decir dónde.

Hay un lugar adonde van a parar los objetos perdidos. Llaves, anillos, medallas. Cristos de plata y de bronce, cadenas, relojes, puñales, recuerdos de familia, todo lo que se pierde y se encuentra. Menos los sueños. No hay una sección de extravíos y hallazgos para los sueños y los destinos. Un lugar, una especie de Rastro celeste, de entrecielo, donde uno pudiera hallar aquello esencial de su vida: lo único que podría darle la felicidad.

Dios creó al hombre para que fuera feliz.

Habría que crear ese lugar. Abrir una nueva calle fuera de la nomenclatura urbana. La calle de los sueños perdidos, de los sueños equivocados, de los sueños fugitivos, remotos, desvanecidos, desencontrados; de los sueños que sobreviven; de los sueños inéditos; de la ausencia y de la espera; del regreso a un día en que el sueño pudo ser nuestro. En que pudimos encontrarnos con nuestro verdadero destino.

El hombre que perdió un sueño podría encontrarlo en la calle de los sueños perdidos.
Volvería a arder el fuego interior bajo la triste capa de ceniza que lo cubría. Todo se manifestaría libremente. Se romperían, al conjuro del sueño aprehendido, las ataduras, los prejuicios, los impedimentos, lo que se oponía a su felicidad.

Y como Dios creó al hombre para que fuera feliz, todo le sería permitido para serlo. Hasta el egoísmo.

Todos los sueños existen. Existe el sueño de cada destino. El sueño que haría feliz al desdichado y que rompería la obstinación en el mortal fastidio del pesimista.

Hay que crear la calle de los sueños perdidos.

Muchos han perdido un sueño y se han acomodado a otro. Números equivocados del destino, se resignan con su suerte. Permutan un sueño por otro. El verdadero sueño, nuestro íntimo sueño, vital, existencial, ¿dónde está? Se fue, quizás, por una puerta falsa. Llegó a buscarnos cuando recién salíamos; se desvaneció en la bruma; cayó en la trampa o en una alcantarilla. Quien sabe dónde.

De este desencuentro del hombre y su sueño nació la irremediable congoja.

Lo que pudo haber sucedido y no sucedió.

¿Qué hay detrás del portal donde la madre anónima dejó abandonado a su hijo?

El postulante nunca pudo entregar su carta al ministro. El anciano mendigo no pudo hablar jamás con el director del asilo.

En esa estación no se detuvo el tren. Y allí estaba el sueño aguardando.

En ese puerto no se detuvo el barco. Y allí estaba el sueño aguardando.

El cómico trashumante perdió su mejor contrata.

El saltimbanqui…

El aventurero….

El presidiario…

El criminal….

El suicida…

El poeta…

Tal día, tal hora, ¿dónde estábamos?

La suerte nos llamó por nuestro nombre. No la escuchamos.

La suerte no llama dos veces.

Después, nos equivocamos de puerta. Llamamos y nos dieron con la puerta en la cara, como suele hacerse con los mendigos.

Quizás no debíamos haber perdido el tiempo buscando un sueño. Quizás el sueño viniera solo a nuestro encuentro.

Tarde ya gritamos nuestra desesperación inútil. Agitamos los brazos como el náufrago en la soledad del mar. Nadie acudió a nuestro llamado. Nuestra angustia fracasó en el silencio.

Hay que crear la calle de los sueños perdidos. El Rastro celeste. El entrecielo.

Allí encontraríamos nuestro sueño. Allí estarían, en exposición, los sueños fugitivos, los sueños intactos, los sueños usados, los sueños abandonados, frustrados, despreciados, olvidados.

Allí resucitaría el sueño. Palpitaría como una criatura recién nacida.

Todos los sueños existen. Existen los sueños que se realizan y los que se pierden y aun los sueños inconcretos.

La felicidad existe.

Un hombre ha perdido un sueño y no lo puede encontrar.

El rastro del sueño perdido lo lleva a una puerta cerrada. ¿Qué puerta es ésa?

Detrás de esa puerta quizás nos aguarde el sueño. Quizás nos hallemos nosotros mismos, de rodillas, o ese hermano menor que siempre nos acompaña.

Que no tiemble nuestra mano al llamar a esa puerta. Que no tiemble.

El poeta murió al amanecer. Raul Gonzalez Tuñon

El poeta murió al amanecer

Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, las esperanza y la miseria.

Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.

Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.

Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.

Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.

La luna con gatillo. Raul Gonzalez Tuñon

La luna con gatillo


Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

viernes, 2 de abril de 2010

Lo que el agua me ha dado. Frida Kalho


Lo que el agua me ha dado

Voy de una ventana a otra, nada se mueve. Me sumerjo entonces en la bañera. El agua está caliente. Si, soy yo, es mi cuerpo, son mis manos, mi pubis todavía con restos de jabón. Soy yo. Me hundo más y más. Comprendo. A fuerza de tanto soñar, me inventé. En todo caso, esto pasó hace mucho.
Comienzo a sentir frío, pero no puedo moverme. Miro como desde afuera de mi cuerpo flotar en la bañera y tengo un instante la impresión, la certeza casi, de que hace mucho ya que estoy muerta.

Carta al Señor Legislador de la Ley sobre Estupefacientes Antonin Artaud

Carta al Señor Legislador de la Ley sobre Estupefacientes

Antonin Artaud

Señor legislador de la ley 1916 aprobada por el decreto de Julio de 1917 sobre estupefacientes, eres un castrado.
Tu ley no sirve más que para fastidiar la farmacia mundial sin provecho alguno para el nivel toxicómano de la nación porque:
1º El número de los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias es ínfimo.
2º Los verdaderos toxicómanos no se aprovisionan en las farmacias.
3º Los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias son todos enfermos.
4º El número de de los toxicómanos enfermos es ínfimo en relación a los toxicómanos voluptuosos.
5º Las restricciones farmacéuticas de la droga no reprimirán jamás a los toxicómanos voluptuosos y organizados.
6º Habrá siempre traficantes.
7º Habrá siempre toxicómanos por vicio de forma, por pasión.
8º Los toxicómanos enfermos tienen sobre la sociedad un derecho imprescriptible que es el que se los deje en paz.
Es por sobre todo una cuestión de conciencia.
La ley sobre estupefacientes pone en manos del inspector-usurpador de la salud pública el derecho de disponer del dolor de los hombres; en una pretensión singular de la medicina moderna querer imponer sus reglas a la conciencia de cada uno. Todos los balidos oficiales de la ley no tienen poder de acción frente a este hecho de conciencia; a saber, que más aún que de la muerte, yo soy el dueño de mi dolor físico, o también de la vacuidad mental que pueda honestamente soportar.
Lucidez o no lucidez, hay una lucidez que ninguna enfermedad me arrebatará jamás, es aquella que me dicta el sentimiento de mi vida física. Y si yo he perdido mi lucidez la medicina no tiene otra cosa que hacer sino darme las sustancias que me permitan recobrar el uso de esta lucidez.
Señores dictadores de la escuela farmacéutica de Francia ustedes son unos pedantes roñosos: hay una cosa que debieran considerar mejor; el opio es esta imprescriptible e imperiosa sustancia que permite retornar a la vida de su alma a aquellos que han tenido la desgracia de haberla perdido.
Hay un mal contra el cual el opio es soberano y este mal se llama Angustia, en su forma mental, médica, psicológica o farmacéutica, o como Uds. quieran.

La Angustia que hace a los locos.
La Angustia que hace a los suicidas.
La Angustia que hace a los condenados.
La Angustia que la medicina no conoce.
La Angustia que vuestro doctor no entiende
La Angustia que quita la vida.
La Angustia que corta el cordón umbilical de la vida.

Por vuestra ley inicua ustedes ponen en manos de personas en las que no tengo confianza alguna, castrados en medicina, farmacéuticos de porquería, jueces fraudulentos, doctores, parteras, inspectores doctorales, el derecho a disponer de mi angustia, de una angustia que es en mí tan aguda como las agujas de todas las brújulas del infierno.
Temblores del cuerpo o del alma, no existe sismógrafo humano que permita a quien me mire. Llegar a una evaluación de mi dolor más precisa, que aquella, fulminante, de mi espíritu..
Toda la azarosa ciencia de los hombres no es superior al conocimiento inmediato que puedo tener de mi ser. Soy el único juez de lo que está en mí.
Vuelvan a sus buhardillas, médicos parásitos, y tú también Legislador Moutonier, que no es por amor a los hombres que deliras; es por tradición de imbecilidad.
Tu ignorancia de aquello que es un hombre sólo es comparable a tu estupidez pretendiendo limitarlo. Deseo que tu ley recaiga sobre tu padre, sobre tu madre, sobre tu mujer y tus hijos, y toda tu posteridad. Y mientras tanto, soporto tu ley.

jueves, 1 de abril de 2010

Diarios de Alejandra Pizarnik. 10 de agosto



10 de agosto [1962]

Ya no sé si amo u odio. En verdad ni uno ni otro. Amar. Odiar. Nombres que aprendí no sé en qué lejana y falsa experiencia. Si llegas a descubrir que no "haces" ni uno ni otro te desilusionarás de ti porque tu vida, desprovista de dos prejuicios tan importantes, te parecerá más pobre aún, más pequeña y poco interesante. Por eso, si sabes que no eres una maravillosa heroína suicida al borde del borrascoso de una locura absolutamente poética, eres muy capaz de suicidarte, no por lo que eres sino por lo que no eres. Saber que no reencarnas a la Monja Portuguesa ni a Heloísa ni a Caroline de Günderode te llevará a una muerte magnífica que ellas no imaginaron siquiera, porque su dolor tenía raíces y cuerpo y era auténtico y veraz como la mano del enamorado lejano que alguna vez tocaron. Pero tú, tú amas y después calculas pensando a quién amas. Tú odias y no recuerdas el nombre del odiado destinatario. ¿Es el último? ¿Fue el de hace cinco años? ¿Quién de ellos amanece contigo y te pide agua desde tu garganta en llamas? ¿Cuál es? ¿Cómo? Tantos años de añoranza por lo que se fueron sucediendo: generaciones de ausentes desfilan por mi memoria. Mi dolor crece y me devora. No es posible tanta ausencia, tanto miedo.
Pero te recuerdo. Aquí te recuerdo. Abrazado a mi memoria. Mirándome detrás de mi mirada. No me atrevo a amarte. Temor de irritarte. Por eso no me suicido. Temor de tu cólera. Me dices que no existes, que eres mi antiguo fantasma amado que reencarnó en ti. A otra los problemas metafísicos. Quiero abrazarte salvajemente. Besarte hasta que te alejes de mi miedo como se aleja un pájaro del borde filoso de la noche. Pero ¿cómo decírtelo? Mi silencio es mi máscara. Mi dolor es el de un niño en la noche. Canto y tengo miedo. Te amo y te tengo miedo y nunca te lo diré con mi voz verdadera, esta voz lenta y grave y triste. Por eso te escribo en un idioma que no conoces. Nunca me leerás y nunca sabrás de mi amor.
Aquí de nuevo, en una habitación irrespirable, contigo, has llegado, has venido, te has apoderado de mis sueños más remotos y los realizas con tu presencia mentida. Si vinieras de verdad, no sabrías qué decirte. Así soy feliz. Te invoco, vienes, llegas, y sonríes con tus ojos sabios dentro de mí. Imposibilidad de creer, ahora, en la realidad del mundo: la calle, los árboles, los muelles, el Sena, las caras, los niños llorando, los grandes que los hacen llorar (los mataría). Imposible, también, rememorar el mar, las arenas, las gaviotas, excepto en un espacio suspendido, en el que no hay caras humanas ni tampoco pájaros —porque aún ellos tienen ojos, aunque yo no lo quiera saber—. Súbitamente me gustaría vivir entre estatuas, sola conmigo a solas (contigo, amor mío), y que los años me aflijan, que el tiempo me duela, que me torturen y me martiricen. Yo no lo sabré. Porque súbitamente el silencio ha venido a mí, y aunque esté loca como sólo puede estarlo una equilibrista borracha en la cuerda, este instante, es silencioso, y no pasa nada sino que algo me apreta [sic] la garganta y el sexo, mi eros y mi thánatos, mi única razón de ser, muerte y amor aliados en un sinfín de renacimientos; ahora sufro, sin duda sufro mucho, pero es el silencio violento de este instante, la sensación de muerte inminente, de futuros dolores indescriptibles (en la garganta, en el sexo).
Hasta aquí mi infancia atroz.
El instante pasó. Ver la eternidad en un grano de arena: cést pas mon geure. Esto es dulce, es corderillo rosado con moñitos de colores, la niñita vestida de novia o de poeta, con grandes anteojos sin cristales y sin memoria. Lo que se te prepara, lo que se te acerca. Me ahogo, aire y frescura, un vaso de agua, una taza de té, por favor. Te espera del otro lado, tal vez mañana, dentro de una semana. Mana sangre, pus, vomita, supura. Te esperan.
Fatiga. Ni sed ni hambre. Me queman y me enervan. Tengo miedo. Grandes palabras, juegos de palabras, chistes geniales y poemas no muy malos. No juegas, sin embargo. Esto va en serio, esto es sangriento. Pena por mí. Grandes palabras. No pasa nada. No sucede nada. He aquí la cuestión. Tengo miedo. Es la garganta. Si me pusiera a vomitar qué de ratas, qué de ratones, mi madre. No ser ingenua. No ser idiota. No hay ganas de reír. Esto me tomó de la garganta y no me suelta. No sé qué escribo. Qué digo. Putear sí, con toda la garganta. Y nada de lirismos, si me hacen el favor. Eso es horrible, es basura, es nauseabundo, es deshecho, mierda, mundo excrementado, harapos malolientes. Crujen los muebles. Que crujan, que cojan, que se incendie mi cuarto, que me estrangulen de una vez, que se vayan a la mierda y a la recontraputamadre que los parió.
Calma, no obstante. Dulce amor mío, frenético olvidado, dónde estás. Amor mío, mi delirio, mi altar. Muero por ti. Te amo. Aun con estas palabras horribles que se me dicen y mi cara de loca, te busco, te amo, te llamo. Memoria viuda, luto en mi recuerdo. Castigo maravilloso en mitad de la noche desnuda. No te llamo, no te pido. Me doy, te soy. Tú no me tomas, no me necesitas, no hay ganas de mí en tu mirada. Te veo, te creo, te recreo, mi solo amor, mi idiotez, mi desamparo. Qué me hiciste para que yo me enrostre este amor estúpido. Piedad por ti. Cuando te vea lloraré, recordando lo que tuviste que padecer en mi memoria.
1 heure du matin. Esto de pasarse la vida auscultándose es depravadamente ineficaz. ¿Qué quiero? Ya es bastante que viva, que no robe ni mate ni ejerza la prostitución. En vez de ello leo poemas y estoy angustiada y a veces escribo. Nadie lo haría mejor después de todo lo sucedido. Por lo tanto, a estar contenta de mí y a regocijarse por esta atmósfera culta, sana e inofensiva que supe crear alrededor de mí, en vez de dedicarme a la destrucción y la pulverización públicas, en vez de salir a la calle con un cuchillo y agredir a todo el mundo.

Nota (texto): Diarios de Alejandra Pizarnik. Editorial Lumen.
Nota (arte): Jean-Louis Forain.