martes, 15 de septiembre de 2009

De los amados 1



Donde han acaecido vida y muerte, la casa familiar y el padre que canta entre las sombras para no ser oído, para no turbar sueños débiles ni el amor de la esposa que yace con antigua quietud. Canta de las dolientes cosas conocidas y ve bajar la luz de la luna como el recuerdo inalcanzable y próxima. Canta sin pudor, sin vergüenza en mostrar su corazón ante seres helados: las calcinadas puertas y los faros que exhiben la calle donde gloria ninguna ha puesto el carro áureo de los cortejos. Un hombre solitario ha mirado al padre de familia que canta como un muchacho en el día de sus bodas. Es blanco y la luz se acongoja en él, externo como un lobo, arrojado. El padre no lo ha visto y tañe como una campana en el día de la muerte y en el día del nacimiento: por igual desolado, por igual jubiloso. Mira su tierra pequeña y el dulce jardín detenido bajo el árbol del Norte. Mira todo lo que aún no ha dejado y tañe como una campana a la luz de la luna, y su clamor resuena en la casa perfecta donde ya nadie hay.