miércoles, 13 de octubre de 2010

Vos.

Vos


De tanto escapar, de tanto perseguir,

te perdiste en tu careta del azar,

y casi ahogado en ese líquido, inconsciente,

seguiste flotando en la corriente,

sin aletas para nadar, sin pies para caminar.



De tanto tragar con llagas vivas

comida muerta y a la hora de comer,

engordaste de pena ajena y lloraste,

por el hambre perdida sin apetito,

por el olor extraviado sin aroma.



Perdido de vos, sin voto ni voz.



Pasar sin paseo, otear sin mirar.



Sólo seguir, lágrima viva.



Sonrisa fantasma y penosa.



Prisionero autoreferente.



Loco de las tres de la tarde.



Guerrero extraviado de culpa.



¿Fue el azar o tu hartazgo lo que te llevó a la orilla?



Hermoso igualmente te creíste,

en ese primer instante ante el reflejo

de lo que se supone que eras vos,

parado en tus dos piernas, erguido

ante la imagen extraña del alma,

vomitaste, hasta vaciarte, vomitaste.



Eso te permitió morir sin dejar de latir,

eso te salvó del círculo concéntrico de la nada

y del triángulo perfecto de los obtusos,

y caminando ya viejo, por primera vez,

después de matarte, naciste.