sábado, 16 de octubre de 2010

Nifäq: La Hipocresía.


En sus corazones hay una enfermedad, y Allah les añade enfermedad”

(Corán, II-9)



Kufr -el rechazo, la cerrazón, la ignorancia espiritual, la lejanía de Allah- es insensibilidad y síntoma de un corazón muerto, es un vacío que es colmado artificialmente con sucedáneos de lo verdadero. Por su parte, Nifâq -la hipocresía- es signo de un corazón enfermo. Y, según el Corán, el Nifâq es peor que el Kufr. El Kufr es algo grave, es ausencia de espíritu, un sin sentido, cúmulo de ídolos y fantasmas, engaños y artimañas, frivolidades y falsos miedos y esperanzas; pero el Nifâq es dolor en el seno de esa mentira. Se llama munâfiq -hipócrita- al musulmán en apariencia y que en el fondo es kâfir.



El Nifâq es una enfermedad a la que Allah suma otras muchas: envidia, rencor, vanagloria, voracidad,... En cierta ocasión, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: “En el pecho de cada hombre hay un trozo de carne que cuando está sano está sano el resto del cuerpo, y cuando está enfermo está enfermo el resto del cuerpo. Ciertamente, ese trozo de carne es el corazón”. Por eso, la principal de las ciencias en el Islam es la ciencia de los corazones, y cada musulmán está obligado a vigilarse para no caer en la hipocresía, fuente de sufrimientos y más enfermedades de todo tipo. Luchar contra la hipocresía es lo que hace avanzar al musulmán en la sinceridad que lo abre definitivamente a Allah.



En otra ocasión, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo a sus Compañeros: “El mejor de vosotros es el que ya era mejor antes del Islam”. El Islam es luz, e ilumina al ser humano, pero si esa persona era perversa, lo que hace el Islam es evidenciar su maldad, sacarla a la luz del día. La insinceridad en el Islam es peor porque ya no es algo inconsciente o disimulado en la ignorancia, sino algo resaltado por Allah. Por ello, el Nifâq es peor y más infame, envilecedor y retorcido que el Kufr. Para el hipócrita, el Islam no es una bendición: es una maldición que lo condena a un sufrimiento del que será plenamente consciente en la eternidad de al-Âjira. Lo que hace despreciables a los hipócritas, lo que los envilece ante los ojos de las seres, la desconsideración en que son tenidos, la opinión unánime contra la hipocresía, es precisamente el reflejo de su indignidad ante Allah. La repulsa universal que merece la hipocresía es signo de su expulsión de la Rahma.



El kâfir es alguien ‘olvidado’ por Allah (su ignorancia es señal de su ausencia en Allah), el munâfiq es despreciado por su Señor. En medio de los musulmanes, los hipócritas cumplen la función de ‘demonios’: maquinan perversiones, siembran la discordia, engendran recelos, estimulan la desconfianza, crean sospechas, desencadenan guerras, oprimen y engañan a los musulmanes,... La hipocresía se alía siempre con los enemigos del Islam: no es simplemente una actitud ni un miedo, es una función. Por ello, el Corán los describe con más detalle que a los kuffâr. Habla de los ‘demonios’ que habitan en ellos y con los que se reúnen en la soledad de sus corazones siniestros: “Y cuando se retiran con sus demonios, les dicen: ‘Estamos con vosotros, no hacemos sino reírnos (de los musulmanes)’...”. Sus demonios interiores les hacen pensar que sus acciones son rectas y viven en ese engaño, ávidos de justificación: “Cuando se les dice: ‘No destruyáis la tierra’, responden: ‘Somos quienes la reconstruyen’, pero no; son corruptores, pero no se dan cuenta”. Sus autoengaños los hacen vanidosos: “Cuando se les dice: ‘Abrid vuestros corazones a Allah como lo hace la gente’, responden: ‘¿Vamos a abrirlos como lo hacen los estúpidos?’. Pero no; ellos son los estúpidos, pero no lo saben”. La hipocresía es vivir en la propia mentira, en el propio Kufr, sin abrir ventanas al aire limpio del Islam.



A los hipócritas les ha sido dado el regalo del Islam, pero, en lugar de vivirlo, sus miedos se apoderan de ellos y son kuffâr de corazones muertos y acciones viles entre los musulmanes, y esa misma tensión los hace aún más viles y retorcidos, yendo su enfermedad en un constante aumento y diversificación.



En realidad, el Kufr es una íntima desconfianza y el Nifâq es inseguridad con propensión a la desconfianza ante Allah. El Islam es, por el contrario, ser sensible a Allah, respirar su Rahma creadora y exponerse a su Poder, sin reparos, como lo hacen las células que nos conforman. En la naturalidad y flujo con la Verdad que el Islam supone, el hipócrita impone sus artificios y sus mañas. Incapaz de resolver su conflicto con la Verdad, integra en el Islam su malestar íntimo, y destruye y corrompe lo que Rasûlullâh (s.a.s.) comunicó a la humanidad como una bendición. Son enemigos del Islam en el Islam, traicionan lo mejor en medio de lo mejor, todo a causa de sus propios demonios, que no han dejado atrás.



El Islam es la renuncia a esos ‘demonios’. Desde el principio, desde que alguien es musulmán, debe apartar sus fantasmas y encarar la existencia con el rigor de quien reconoce a su Único Señor y deja de estar sometido a las circunstancias, las apariencias, las mentiras. El Islam es renuncia decidida a los ídolos, pero el hipócrita se las apaña para disimularlos revistiéndolos con nuevos ropajes, con nombres ‘islámicos’. Consciente o inconscientemente, adora dioses y se refugia a la sombra de los mismos fantasmas que engañan a cualquier kâfir.



Por definición, el musulmán (el múslim) es el que ha claudicado sin recelos ante Allah. Esa rendición es sincera cuando implica una liberación. El Islam no es someterse a un dios más en la larga lista de dioses del kâfir. El Islam es un acto radical con el que el ser humano pasa de las tinieblas del Kufr a la luz de los que se proponen a sí mismos la Inmensidad de la Verdad que los ha creado y los recrea en cada instante. Ello también implica una noción tremenda del Destino, que acaba de liberar a ese hombre de trabas y angustias. Que ‘todo depende de Allah’ no es una frase hueca para justificar desgracias sino una fórmula para retar a las mentiras y subordinarlas a la grandeza de quien se inserta en un universo infinito, sin que nada -salvo Allah- sea concluyente y le exija doblegarse. Quien sabe que ‘todo depende de Allah’ deja de necesitar ser ‘hipócrita’.



Quien conoce y reconoce realmente a Allah cultiva en sí lo mejor y se relaciona con lo mejor, y lo hace con satisfacción, sin tener que recurrir a subterfugios ni busca cobijo en otros dioses. El munâfiq, al igual que el kâfir, en realidad sólo se ve a sí mismo y busca su propio interés, porque está desconectado de Allah, que lo comunicaría con lo ilimitado. Pero para ello tendría que superar el escollo de su propia frontera, y teme lo que hay más allá. Prefiere sus ‘seguridades’, sus ‘estrategias’, y está condenado al fracaso. Precisamente Nifâq, hipocresía, viene de náfaq, túnel, guarida de una rata con dos salidas. El hipócrita quiere estar a salvo, tener varias posibilidades, pero no sabe que Allah lo abarca todo y la única verdadera salida para el ser humano es hacia su Señor.



Los musulmanes no son seres perfectos. En realidad, sólo se les exige niyya, intención. Una intención sincera es desencadenante de la Rahma de Allah. La intención está íntimamente ligada al corazón, y por ello es necesaria esa ciencia de los corazones que va purificando la niyya de cada musulmán, depurándola de adherencias e insuficiencias, y lo hace progresar sobre la senda del Uno-Único. El munâfiq tiene una intención perversa justificada en mentiras. El error es comprensible, pero la deshonestidad no tiene excusa, y el hipócrita está en este último caso.



La libertad de espíritu es el concomitante necesario del Islam. Consiste en afrontar la vida y la acción sin artificios, con lealtad a la Única Verdad que nos modela y nos hace ser. “Allah es Más Grande” es la frase del musulmán ante las falsedades para disolverlas en la nada y recuperar la dignidad, pero el hipócrita, aunque la repita cien mil veces, no sale de sus miedos, ni tan siquiera se lo propone, y deambula entre quimeras, restando valor al Islam al hacer una falsa imitación de sus formas, timando a la gente, todo en busca de su propio provecho. El Islam no le sirve para relanzarse sino que se convierte en sus manos en una herramienta para perpetuar su mediocridad.