jueves, 14 de octubre de 2010

La danza de la vida by Edvard Munch. Breve analisis del cuadro.




Óleo sobre lienzo
125 x 191 cm
Nasjonalgalleriet, Oslo.




En La danza de la vida, Munch utiliza una escena estival, un baile de verano al aire libre que aún hoy, más de un siglo después, se sigue celebrando en la costa noruega. Sabemos que se trata de Asgardstrand porque ya el paisaje nos es familiar: la luz que proyecta el sol de medianoche , la sinuosa orilla donde se confunden la arena y el prado, o el horizonte en el que se adivina algo más de la costa o un fiordo, trabajando todo con suaves líneas horizontales en las que se funde una paleta de delicados tonos pasteles. EL ritmo de la obra lo consigue el pintor con la disposicion de las figuras en el lienzo, plasmando dos planos narrativos. La naturaleza cobra formas simples pero cargadas de fuerza, que el pintor resuelve con líneas onduladas apenas sugeridas por el moviemiento del pincel; las verticales están definidas por los personajes retratados, el reflejo de la luz y por un pequeño arbusto inclinado del que brotan flores.


El autor centra la composición a partir de una pareja de baile que aparece en primer término. La vista se dirige allí tras observar el sol: un punto en brillante amarillo que se destaca en el fondo del cuadro, cuyo reflejo sobre el agua tiene una clara connotación sexual; flaqueando por dos figuras femeninas que inmediatamente enlazan con el hombre que baila con la mujer vestida de rojo. Aunque la figura masculina mantiene los ojos cerrados, el pintor logra transmitir una actitud den tensión y expectación, quizá como una invitación a que el baile pase a otro terreno. La seductora mujer vestida de rojo -color que simboliza la pasión- está, a diferencia del hombre, con los ojos muy abiertos, como si se tratara del despertar sexual.


A la izquierda el pintor nos presenta a otra mujer , ésta cubierta por un virginal vestido blanco; ella sonríe y resaltan sus mejillas sonrosadas. EL balnco realza la pureza y el gesto de arrancar una flor deata que la chica está enamorada, pero, a diferencia de la mujer de rojo, ella representa la primera ilusión del amor, la inocencia con tintes platónicos. Al otro extremo del cuadro, en el lado derecho, una mujer más madura, vestida de negro, con el rostro serio y las manos entrelazadas, observa a la pareja de bailarines con desaprobación, pero a la vez resignada a su propia soledad quizás en ella Munch quería simbolizar lo transitorio de todos los sentimientos.


Las dos figuras laterales, vistas de izquierda a derecha, contrastan enormemente con la mujer de rojo. A ojos del autor, estas dos figuras señalan el inicio y el final de una historia que, según él, plasmarían la realidad de cualquier mujer a los largo de su vida. Los cuatro personajes principales están acompañados por otras figuras en el fondo, que parecen estar completamente entregadas al frenesí de este baile veraniego. De entre ellas destaca la figura de un hombre en la mitad derecha del cuadro, que parece mirar directamente al espectador con una mueca de éxtasis, completamente arrobado por la pasión del momento, el frenesí del baile y el calor del verano.