domingo, 8 de noviembre de 2009

La Cábala y las estructuras ad infinitum en la narrativa borgiana

Es así como los pensadores ocultistas, los poetas y los místicos participan de ese saber tradicional no sólo porque conceden validez a determinadas doctrinas basadas sobre una particular cosmovisión sino, porque ellos mismos, partiendo de experiencias análogas, la captan sin intermediarios. Son visionarios. El ocultismo tiene, así, asegurada su presencia a través de todas las épocas, gracias a la creación literaria.
"Siempre han existido hombres especialmente aptos para actualizar las estructuras mentales arcaicas y reencontrar, más allá de la pluralidad aparente de las formas, el acceso que conduce a la percepción del universo de las analogías o mundo multidimensional de las causas. Para Nataf André, el ocultismo se emplaza en un límite, una ‘franja’ dónde confluyen lo poético y lo religioso, siendo aquí el razonamiento por analogía el camino principal." (Nataf, Los maestros del ocultismo 18)
Esta es la importancia de la filosofía zohárica en el desarrollo histórico-conceptual de la cábala mística. Borges lo expresa como sigue:
"A pesar de mi ignorancia del hebreo, he estudiado algo de la Cábala y he leído las versiones inglesas y alemanas del Zohar (El libro del esplendor), El Séfer Yezira (El libro de las relaciones). Sé que esos libros no están escritos para ser entendidos, están hechos para ser interpretados, son acicates para que el lector siga el pensamiento." (Borges oral)
Dos cosas percibimos tal opinión: primero, reconoce de antemano que su aproximación a la cábala mística no es científica sino literaria; segundo, que los textos de esta tradición, a la hora de su estudio, pertenecen más al terreno de la recepción poética que a la ciencia. Sin embargo, cuando se indaga su obra con respecto a la tradición Zoharica, aún hay quienes se empeñan en ver en Borges a un rabí y, al no hallarlo, se le critica por falta de seriedad. Leemos en Barnatán:
"Scholem (...) no cree que las influencias Zoharicas en Borges sean profundas. En una entrevista que mantuvimos hace unos años en Jerusalén me decía: " (Conocer Borges y su obra 54)
Curiosa la opinión de Scholem. Él mismo reconoce que fijar un valor literario al Zohar es pretender otorgar una unidad a un libro cuya naturaleza no se fija por sistema alguno.[1] Sin embargo, a pesar de esta evaluación negativa, Gershom Scholem es considerado por Borges la más alta autoridad en cábala. Es él quien explica a Borges, durante sus viajes a Israel, el inextricable universo cabalístico.
Barnatán, por su parte, considera conveniente recordar un punto de partida: un artículo publicado por Borges en una revista ilustrada argentina en 1931, titulado “Una vindicación de la cábala. “(Obras completas 209) A lo largo de este artículo Borges recuerda a Bacon, John Donne, Gibbon o Tennyson, pero no se apoya en uno solo de los tres libros cabalistas fundamentales: el Sefer Bahir, Sefer Yetsira y Sefer ha Zohar. Esta falta de puntos de referencia sólidos parece justificar la posición de Scholem, según la cual, la aproximación borgiana a la cábala carece de profundidad alguna. Sin embargo, Barnatán intenta una defensa del autor de "El Aleph" alegando los derechos y el carácter específico de una aproximación, en esencia, literaria. Borges habría de escribir:
"Las nociones de Cábala me llegaron, en primer término, por la versión de la Divina Comedia que hizo Longfellow, en la que hay dos o tres páginas sobre la Cábala. Luego leí un libro de Trachtenberg sobre supersticiones hebreas, donde se habla del Golem -al cual yo he dedicado un poema, quizá el mejor poema que yo he escrito". (Conocer Borges 55)
Al investigar las fuentes del interés borgiano por la cábala, se encuentra que que quien le suministra los datos más precisos acerca del tema fue Scholem. El mismo Borges lo confirma en otra entrevista periodística:
"Kafka y yo compartimos el mismo fervor por Swenderborg, y por William Blake, y sobre todo por la cábala. Kafka, que no conocía el hebreo a la perfección, estudió la cábala en traducciones. Y fue el profesor Scholem en Jerusalén, quien me ayudó a comprenderla mejor. Él me explicó cosas que sin duda son elementales pero que yo no comprendía durante mi solitaria tentativa de descifrarla"[2]
Pero uno de los conceptos que sirvieron a Borges como modelo para su propia aproximación es el asunto de la paternidad literaria de la Cábala. Según afirma Scholem no conocemos ni siquiera los nombres de los autores de una mayoría aplastante de los libros cabalísticos. [3] En cambio, los que conocemos, en la mayoría de los casos, no pasan de ser tan sólo nombres sin nota biográfica alguna. Esta actitud anónima de los cabalistas hacia el tema de la paternidad literaria fue la fuente de la inspiración para un recurso que también se puede encontrar en una serie de escritos de Borges. Satz dice en su prólogo a la edición castellana de Sefer ha-Bahir: "La utilización de nombres apócrifos, la atribución de afiladas sentencias a viejos maestros es un recurso tradicional no sólo en el ámbito hebreo: a Plinio o Lucrecio los siglos les fueron agregando libros con los que jamás soñaron". (6) Y aunque el uso de este recurso no fuera de dominio exclusivamente cabalístico, no cabe duda de que en estos textos se convierte en un elemento común. El ejemplo más claro lo da el mismo Zohar. En la introducción al mismo libro, Giol sostiene:
"Generalmente [El Zohar] es atribuido a Rabbi Mošé Šem Tov de León, cabalista del siglo XIII que vivió los últimos años de su vida en Ávila y que murió en 1305. Él mismo afirma en el Zohar que copió sus enseñanzas de Rabbi Simón ben Yohay. Por otra parte, tras la muerte de Rabbi Mošé, su viuda y su hija afirman que no hubo tal manuscrito y que la obra se debe enteramente a él." (22)
Al analizar la actitud de los cabalistas sobre la paternidad literaria, hay que mencionar también la afición de los místicos judíos a citar obras apócrifas que nunca existieron o que existieron sólo en su imaginación. Alazraki, que participó en el curso del profesor Scholem en la Universidad de Jerusalén sobre el misticismo judío, escribe en su ensayo Borges and the Kabbalah: "The whole Zohar is full of bogus references to imaginary writings which have caused even serious students to postulate the existence of lost sources".[4] La confusión a la que Moisés de León condujo a sus lectores a través de referencias ficticias ha tenido un efecto equivalente en el caso de los lectores de Borges. Uno de los más evidentes aparece en “Tres versiones de Judas”, donde Borges atribuye la idea de la fusión de las figuras del mesías y del traidor Judas a Nils Runeberg, que hubiera expuesto sus intuiciones audaces en su libro Kristus och Judas y en su obra mayor Den hemilge Fräslaren. (Obras completas 514)
Otro ejemplo lo encontramos en los libros del ficticio Herbert Quain: The God of the Labyrinth, (461) April March, The Secret Mirror, Statements, (463) y en el Volumen XI de A First Ecyclopedia of Tlön, (434) que no sólo son fuentes falsas del autor para justificar su relato, sino que se incorporan al mismo. Lo mismo que El Zohar es una transcripción de un libro antiguo del Rabi Simón ben Yohay, el relato "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" es una transcripción de un tomo de la Enciclopedia del Tlön. La eficacia de este recurso tal y como lo utiliza Borges, llega a equivaler a la del maestro Moisés de León.
"In this respect we cannot help recalling that some of Borges’ naive readers have also made diligent attempts to obtain <>, Mir Bahadur Ali’s The Approach to al-Mu’tasim whose summary Borges offers in the story." [5]
La idea del mundo como escritura sufre, en el relato de Tlön, una modificación sustancial. Las lecturas gnósticas impactan en el pensamiento de Borges y en estas páginas aparece el mundo como resultado de la escritura de un dios inferior destinada a la comunicación con el demonio. Además, surge la angustia de no entender el mensaje celeste.[6] Aparte de las razones psicológicas e históricas alegadas por Scholem, están también las razones doctrinales que inspiran a los cabalistas; la aversión frente a la atribución de rasgos personales a su obra, es decir, de la paternidad literaria.