domingo, 8 de noviembre de 2009

André Comte- Sponville: “Los Laberintos del Arte”

“Un Gran Cielo Inmutable y Sutil”. (Extractos de “El Mito de Ícaro: Tratado de la Desesperanza y de la Felicidad”):


Reseña del Capítulo: “Los Laberintos del Arte”:

“Un Gran Cielo Inmutable y Sutil”:

“Hay que estimar lo bello, las virtudes y otras cosas semejantes, siempre y cuando nos procuren placer, en caso contrario, no” (Epicuro).-

“Más allá de la felicidad, hay algo terrible e incandescente, un gran cielo inmutable y sutil del cual los rayos que nos llegan bastan para animar mundos: el esplendor del genio no es sino el reflejo pálido de esta palabra oculta” (Flaubert).-

En el capítulo destinado al análisis de Los Laberintos del Arte, Sponville destaca su carácter puramente ilusorio. Los fundamentos del por qué son: porque reposa en un Ideal de Belleza y porque se basa en la creencia de que la Belleza de la obra de arte es resultado de la acción de la Belleza en Sí. El autor esboza una inversión del programa por vía de una “Estética de la Iluminación”. Conforme a ésta el criterio artístico sería que cuanto más evidente sea la Belleza artística, más clara y genuina será la obra de arte.


Extractos de “Los Laberintos del Arte”:

“Un Gran Cielo Inmutable y Sutil”:





El arte también es un laberinto. Tiene todos sus rasgos: la ilusión, lo ilimitado, el cierre… La ilusión. Y sin embargo, las obras existen. Son tan reales como todas las demás cosas, tan verdaderas como ellas e incluso más familiares por el hecho de haber nacido de la mano del hombre. El arte antes que la religión es un trabajo, un oficio antes que un misterio. Primera ilusión del arte: la objetividad y universalidad de lo bello. La belleza de la obra se vive como universal, eterna, absoluta y presente realmente en la obra que admiramos. Kant (* Ver Pingback. Kant, Immanuel. ”Lo Bello y lo Sublime”) ha dicho lo esencial sobre este asunto. Hallar una cosa es bella no es sólo reconocer el placer que procura; es aspirar a la objetividad y a la universalidad de este placer. “Al estimar una cosa bella, se les exige a los otros exactamente la misma satisfacción: se juzga no sólo para sí, sino para cada cual, y se habla entonces de la belleza como si fuera una propiedad de las cosas”…. El juicio de gusto determina su objeto, en consideración de la satisfacción ( como belleza), con una pretensión a la aprobación de cada cual, como si fuera objetivo… Y sin embargo, no es así. El juicio de gusto tiene esta característica: que, aunque sólo tenga validez subjetiva, pretende, sin embargo, extenderse a todos los sujetos, tal y como sólo podría ocurrir si fuera un juicio objetivo apoyado en fundamentos de conocimiento y capaz de ser impuesto por medio de una prueba. Segunda ilusión del arte: Es resultado de la primera. En esta obra universal, no nos resigamos a ver un origen puramente singular y concreto. Más bien nos imaginamos que, de algún modo, existía en su propia creación y que esta creación, bajo una u otra forma, tenía que advenir, pues estaba ya inscrita… ¿Creación?. Más bien revelación. El artista no inventa: descubre. No produce: desvela. No crea; divulga. Como los grandes místicos… así pues el artista será un vidente, pero de sus propias obras. A esto podemos denominarlo la inspiración, la gracia o el genio. Es una especie de mayeútica de lo Bello, en el sentido de que el creador parece dar a luz él mismo una obra preexistente, que llevaba en seno, desde toda la eternidad. También el arte será reminiscencia. El artista no produce. Es un demiurgo, con los ojos siempre fijos, como el del “Timeo” de Platón, en el modelo eterno que le inspira. Y su obra, cualquiera que sea la disciplina artística, no es nunca otra cosa que copia, traducción o desvelamiento. Braque escribe: “Cuando empiezo, me parece que mi cuadro está del otro lado, solamente cubierto por este polvo blanco, el lienzo. Me basta con sacudir el polvo. Tengo una pequeña brocha para liberra el azul. Otra para el verde o el amarillo: mis pinceles. Una vez que todo está limpio es cuando el cuadro está terminado”. Que esta copia sea del mundo real (la mimesis de Platón y de Aristóteles), la de un mundo ideal (el Cielo de Flaubert y de los románticos, o el de Plotino y los neoplatónicos), o bien el desvelamiento de una verdad (como en Novalis, o en Heidegger, el “poner-en- práctica la verdad del ente”), todo esto apenas modifica lo esencial, que consiste en que algo de la obra, incluso toda ella, preexiste a su nacimiento y lo fundamenta. La obra de arte no tiende nunca sino hacia sí misma, y en este sentido su finalidad es ciertamente- como diría Kant- una finalidad sin fin. En ello reside la ilusión finalista del arte. En el fondo se trata de un tema platónico. La posición de Platón en lo que se refiere al arte es problemática. De un lado, el arte participa de lo Bello, cuya función mística ya había mostrado “El Banquete”: consiste en elevar el alma hacia el mundo Inteligible de donde procede toda belleza y hacia el cual tiende todo amor. De ahí la admiración.. Pero, por otra parte, el arte nunca ofrece sino una belleza, no ya sólo sensible y material, sino incluso fantasmagórica, es decir, que imita la verdad del ser sino las ilusiones de la apariencia. De ahí el rechazo al arte: el arte permanece prisionero de la caverna… Lo Bello en Sí queda más bien vedado que revelado por los artistas. Pues si bien toda belleza participa de lo Bello en Sí, y emana de él, no hay obra por bella que sea que resulte digna de su origen. Por esto, sólo la filosofía es la “música más alta” y la única absolutamente digna. Para decirlo en otras palabras, esta inspiración paradójica (puesto que expresa el mundo inteligible a través de los oropeles del mundo sensible), sólo puede ser divina. Platón es en esto muy claro. Por ejemplo dice en “El Fedro”: “Cualquiera que se acerque a las puertas de la poesía sin que las Musas le hayan insuflado el delirio, persuadido de que el arte es suficiente para hacer de él un buen poeta, todo el que así actúe permanece lejos de la perfección, y la poesía del sentido común queda eclipsada por la poesía de la inspiración”… Y en “El Ion”, dice Platón: “No es ciertamente por medio del arte sino por la inspiración y la sugestión divina como todos los grandes poetas épicos componen estos poemas, y lo mismo ocurre con los grandes poetas líricos. … No es el arte, sino una fuerza divina la que les inspira sus versos… Estos hermosos poemas no son humanos ni están hechos por hombres, sino que son divinos y realizados por dioses”.-



André Comte- Sponville Dixit: “Ícaro crea el Cielo en el que se eleva, pero se eleva… El Cielo fue su deseo, el mar su sepultura: ¿Hay más bello designio o tumba más fértil?”…


(Comte- Sponville, André . “El Mito de Ícaro”: “Tratado de la Desesperanza y de la Felicidad”. Madrid. Machado Libros. 2001)