Unos fríos labios
Era de noche y ni la luna ni las estrellas se dejaban ver, mas bien, todo el cielo estaba cubierto por nubes negras que no daban ni un atisbo de querer irse. Las ramas de los árboles crujían con el viento formando una lúgubre canción. Una muchacha caminaba a pasos lentos por entre las sagradas y tétricas tumbas, sus pasos resonaban como eco entre la penumbra y su respiración agitada se dejaba escuchar hasta en lo más recóndito del espeluznante lugar. La joven llevaba una rosa roja entre sus manos y la sostenía con tal fuerza, como pensando que se le podría perder entre las sombras, que por sus delicadas manos caía un fino hilo de sangre. Las espinas hacían su trabajo: lastimar.
El cuidador del cementerio siempre dejaba que la muchacha se internara en el cementerio sola. Él no sabia porque la joven venia, pero tampoco le interesaba mucho; además la muchacha de largos cabellos negros y mirada triste siempre le traía pastelitos o galletas que ella misma hacia en forma de agradecimiento.
La muchacha llego junto a una tumba y se arrodillo en el húmedo suelo observando las frías inscripciones de la lapida. La tumba era simple, pero era una de las mejor cuidadas de todo el cementerio. La joven tomo el marco con la foto de la fallecida que se encontraba junto al nombre grabado en la lapida. Se saco el pañuelo que llevaba amarrado al cuello y comenzo a limpiar el vidrio del marco, varias veces detuvo su labor para mirar a la chica de la foto. Esa chica que tantas veces le quitaba el sueño y se paseaba por sus pensamientos, es chica que un día se alejo para siempre llevándose con ella el corazón de la triste muchacha que ahora lloraba su partida.
Lagrimas asomaban de los ojos azules de la chica, ya cansados de llorar. La rosa que la joven llevaba en sus manos hace unos instantes ahora reposaba sobre la tumba. La joven siempre llevaba rosas a esa tumba, porque sabía que a esa persona le encantaban.
- He vuelto – dice la chica de ojos azules, secándose las lagrimas que ya comenzaban a caer por su rostro – te preguntaras porque vuelvo todas las noches. Si te lo dijera se que ya no querrías que volviera. Tal vez ese es el único secreto que te guarde. El único.
La joven calla como esperando una respuesta. Obviamente nadie responde, solo se escuchan los lamentos del viento que arrastran las hojas caídas de otoño de todos los árboles de la zona.
- ¿Sabes? Te extraño mucho – comienza de nuevo la chica, esta vez apoyando su cabeza sobre la fría tapa de la tumba tratando de oír la ya olvidada voz de la chica que reposa bajo ella – me encantaría volver a ver tu rostro, oír tu voz, sentir tu presencia alrededor mió. ¿Por qué te fuiste y no me llevaste contigo?
Otra vez silencio. Ya era demasiado tarde, pero la joven no quería marcharse y menos separarse de esa tumba, ya que cuando estaba junto a ella eran las únicas veces que se sentía querida. Ni siquiera sus amigos la hacían sentir así. Porque ella todavía sentía la calidez de esa persona.
- Sabes, tú deberías seguir viva – dice la chica, sus ojos comienzan a cerrarse lentamente y antes de que se durmiera completamente agrega en un susurro – te quiero mucho.
Y la chica cae en los brazos de Morfeo. Entonces, una niebla blanca comienza a elevarse desde el húmedo suelo del cementerio. Ya no se escuchan las lamentaciones del viento y el antes nublado cielo, ahora daba paso a la luz de la luna y las estrellas. La joven no se ha dado cuenta de este repentino cambio y tampoco se da cuenta que desde la tumba, una silueta blanquecina comienza a hacer aparición.
La silueta traspasa la tapa de la tumba desde dentro de esta. Es una chica de casi la misma edad que la joven de cabellos negros. Poco a poco se va definiendo su cuerpo; la niña-fantasma observa curiosa su nueva forma. Observa como poco a poco su figura va tomando forma, hasta que esta completa; bueno, casi completa ya que no posee pies, sino que levita en el aire.
La niña-fantasma se recuesta sobre su tumba quedando su rostro a muy pocos centímetros del de la joven que duerme allí. Con sus dedos recorre el suave rostro adormilado de la joven y sonríe. Esta agradecida.
Se levanta tomando en brazos a la joven que sigue dormida, un brazo por debajo de las rodillas y otro por debajo de su espalda a la altura de los brazos. Tambien lleva la rosa que le había dejado la muchacha. Y se marcha, levitando por el aire y alejándose del húmedo y frió cementerio de Tomoeda.