Como los ídolos frente a la gruta del ofertorio, como dos estatuillas toscas labradas por un artífice salvaje o púdico que sólo en los dulces párpados bajos ha dejado la huella silenciosa de la ternura.
Como las imágenes que el sueño levanta frente al que yace para cambiar el curso de su alma y deshacer como se rasga un velo inútil la frívola dicha de sus días:
Así el padre y la madre, ancianos, oran por dentro, o hablan como quien ora, con los labios inmóviles; así el padre y la madre, cuyos rasgos se borran bajo la luz creciente de los párpados, se te aparecen, sin que ningún amor los pueda retener, eternos y fugaces frente a su muerte.