Hugo Mujica: Poéticas del vacío (fragmentos)
“Algo habló en el silencio, algo calló,
algo se fue por su camino.” Paul Celan
Prólogo
En el principio no hay nada, después hay después, algo, una marca en el tiempo, un es. Lo que el vacío, la nada, lo imposible o la ausencia, dispensaron, dieron al ser.
Marcaron en la página en blanco o en la intemperie: en el paisaje de la posibilidad.
En la desnudez, la espera.
Creador es quien vive de esas marcas, esas huellas, no de sus cicatrices: las certezas.
Una grieta en un muro, para un creador, no es una grieta en un muro, es un tajo que le abre a la posibilidad de la creación, a la acogida de lo que en ese tajo se abre.
De lo que pueda susurrar.
Del destello de sentido que pueda donar.
Ser creador es saber, creer, que eso que abrió desde lo oculto está presente y oculto en esa apertura.
Creador es quien se abre a lo que en lo abierto puede recibir, a lo que recibiendo puede crear, lo que creando recibió.
El creador sabe que todo fue nada antes de ser lo que es, lo sabe, porque también sabe que todo lo volverá a ser.
Porque lo sabe traza huellas, a veces sendas, pero las traza, no las aferra.
La creación es esa fe en nada, en un vacío o una ausencia, una fe que crea lo que cree, que cree para crear, que creando se trasciende más allá de lo que cree.
Ausencia de lo que nunca fue o lo ya sido, pero no mera ausencia, presencia y revés de esa ausencia.
El creador es un ser de la espera, espera lo que advenga, espera desnudo de sí. Espera sin poder, sin saber.
Espera lo aun por nacer.
Reuní aquí, en este libro, cinco textos. Ellos, todos, nacen de lo que no tienen, de los que hace hablar: hablan de esa alteridad intrínseca a la existencia, ese plus de sí, ese rebasarse, que se hace nuestro, se dispensa, en el acto creador.
En su propia creatividad cuando la hacemos propia, la acogemos, le damos voz.
Cinco textos, cinco poéticas del vacío, de una ausencia que llama y una presencia que responde, una respuesta que se vuelve presencia, que se plasma texto, en ese responder.
Ausencia de Eurídice, el amor y la amada, para Orfeo, padre de poetas y arquetipo de lo poético como fecundidad, como resurrección.
Ausencia y exilio de cualquier y todo aquí para el sueño y la utopía, para el soñador de un allá que no se apoya en ningún lugar, un allá todo salto, todo y siempre después.
Nada, nada de nada y vacío para Juan de la Cruz, nada de dios que con su ausencia y su nada desmiente al dios nombrado y disponible en la representación.
Vacío y nada de sí en todo poeta que no se refleja en su decir, todo poeta que depone su propia voz.
Ausencia o destierro, finalmente, de morada, identidad o inmanencia, para el lector que acoge en sí al huésped de Paul Celan, el huésped que finalmente exilia a quien lo hospeda hacia su más propia e inalcanzable alteridad, nuestro más lejos que todo afuera.
La diferencia entre lo imposible que llama y lo posible que responde, entre el vacío y sus poéticas, entre lo ya escrito aquí y lo que el decir no abarca, es el espacio que es y abre el lector, el hospedero: el futuro creador de toda escritura.
Su apertura. Su afuera,
su travesía y su volverse a nacer.