miércoles, 10 de septiembre de 2014

Fragmentos encontrados por ahí de Abelardo Castillo

Hojas sueltas [1954-1955]

Hombres como estatuas, parecen tener los ojos vueltos hacia adentro. Humanos en apariencia, como las estatuas, están condenados a la frialdad y a los espacios vacíos. Se pierden dentro de sí mismos, como quien pisó una puerta trampa que conduce a un laberinto subterráneo.




La literatura está cargada de fatalidad y de tristeza. ¿Por qué? La vida no es siempre fea. Lo que pasa es que, en el fondo, la literatura es un conjuro contra la infelici­dad y la desdicha. La gente quiere ser feliz. Pero la feli­cidad no hay que escribirla: hay que vivirla. O por lo menos intentar vivirla. En la literatura se pone el deseo, la nostalgia, la ausencia, lo que se ha perdido o no se quiere perder. Por eso es tan difícil escribir una buena historia feliz. La historia de amor más hermosa que se ha escrito es Romeo y Julieta. Pero es una catástrofe. Ella tiene catorce años y él dieciocho, y terminan suicidán­dose. Qué linda historia de amor. Uno confunde la felici­dad con las felicidades, con ciertos momentos transito­rios de dicha o alegría. La felicidad absoluta no existe, y uno escribe, justamente, porque la felicidad no existe. Existen pequeños instantes de felicidad, o alegrías fugaces, que, si se consigue perfeccionarlos en la memo­ria, pueden ayudar a vivir durante muchísimos años. La literatura también es un intento de eternizar esos momentos. 


LITERATURA Y FELICIDAD