viernes, 19 de septiembre de 2014

Fragmento de La Anunciación. María Negroni



Esa madrugada Emma supo algo que usted todavía ignora.

Lo supo de un modo escurridizo y fugaz, tal vez, pero lo supo.

Y todo le vino gracias la Anunciación que, desde su perspectiva, había arruinado.

 Digamos que pensó que en las palabras escritas sobre la tela –en la mancha que ellas instauraban–

estaba la Muerte y que la Muerte, a su modo, también portaba un mensaje. Llegaba, trayendo en la

mano, en lugar de un lirio, la inagotable carga de violencia, miseria y confusión que corresponde a cada criatura en el exilio del mundo.

 Y eso no es malo, pensó Emma, no necesariamente malo, porque el terror y la pena no son sino el

reverso de la compasión y la entrega, y se requieren para apreciar la belleza (la sabiduría) de lo

efímero.
 No sabía de dónde le había llegado a esta certeza que la exaltaba en una mezcla de dolor espantoso y

de júbilo. Y, sin embargo, no pudo sostenerse en esa gracia. No supo tolerar su claridad.