viernes, 19 de septiembre de 2014

Fragmentos caprichosos de " La Anunciación ". María Negroni

“En cierto modo no le interesaba pintar. Lo que hacía era copiar, sin parar, todos los cuadros de La Anunciación que caían en sus manos. Lo copiaba con furia, con hambre, como si el hecho de no tener que encontrar una forma para sus obsesiones la llevara directo al centro de lo inaudible: su ilusión era pintar un cuadro que, enteramente, no le perteneciera”

“Mi ideal, pensó Emma, sería pintar un cuadro, una Anunciación que no estuviera dentro de la realidad, sino dentro de la realidad de otra Anunciación”

La incité muchas veces a mirar con más detenimientos, a deshacerse de la perfección. Sabía que sólo de ese modo se abrirían en su mente y a su corazón otras posibilidades, cambios de perspectiva, fobias, oscilaciones, rupturas, proliferación y energía. Para decirlo rápido, descubriría, en la imposibilidad del orden, la alegría conflagratoria de la libertad que la prepararía para su propia muerte… Día y noche, yo soñaba con el cuadro que Emma produciría, una vez que comprendiera que toda presencia es, en el fondo, una fantasía de la ausencia. Veía ese cuadro en todo su esplendor turbado, en su belleza un poco lúgubre. En él, los gestos se agrandaban, las curvas se volvían sucias, desequilibradas, como en esa trama abierta repetitiva, entre la redundancia y la entropía, que es todo espacio de viaje, me refiero a la vida. Ese cuadro se llamaría Anunciación Nocturna y figuraría en mi Museo. Sería una victoria escasa (pero victoria al fin) sobre lo incomprensible. Porque la Muerte se vería allí representada en la ausencia de representación, y eso abriría las puertas a una suerte de reconciliación ciega entre el desamparo y eso que es sin ser.