sábado, 3 de abril de 2010

La calle de los sueños perdidos.

Un hombre ha perdido un sueño y no lo puede encontrar. Muchos seres perdieron un sueño.

¿Cuántos siguen el rastro del sueño perdido?

Un sueño puede perderse de día o de noche, a la hora indecisa de la madrugada, en la calle, en la casa, en un hotel, en una plaza, en un vagón de ferrocarril, en un barco. En cualquier lugar puede perderse un sueño como se pierde una llave.

¿Ha encontrado usted alguna vez una llave en la calle?

¿Ha encontrado un sueño perdido?

(¿De qué le vale una llave, un sueño, si no es su llave, su sueño?)

El mundo está lleno de sueños perdidos.

El honrado chofer devolvió la valija olvidada en su coche de alquiler. El honrado transeúnte devolvió la cartera repleta de billetes.

Nadie, que yo sepa, ha devuelto un sueño.

Nadie.

Y los sueños se pierden, de la noche a la mañana, como cualquier objeto. Se pierden y se encuentran. (¿Dónde? ¿Dónde?)

Un hombre ha perdido un sueño. (Se gratificará a quien lo devuelva). Lo perdió en una ausencia, o en una espera. No sabría decir dónde.

Hay un lugar adonde van a parar los objetos perdidos. Llaves, anillos, medallas. Cristos de plata y de bronce, cadenas, relojes, puñales, recuerdos de familia, todo lo que se pierde y se encuentra. Menos los sueños. No hay una sección de extravíos y hallazgos para los sueños y los destinos. Un lugar, una especie de Rastro celeste, de entrecielo, donde uno pudiera hallar aquello esencial de su vida: lo único que podría darle la felicidad.

Dios creó al hombre para que fuera feliz.

Habría que crear ese lugar. Abrir una nueva calle fuera de la nomenclatura urbana. La calle de los sueños perdidos, de los sueños equivocados, de los sueños fugitivos, remotos, desvanecidos, desencontrados; de los sueños que sobreviven; de los sueños inéditos; de la ausencia y de la espera; del regreso a un día en que el sueño pudo ser nuestro. En que pudimos encontrarnos con nuestro verdadero destino.

El hombre que perdió un sueño podría encontrarlo en la calle de los sueños perdidos.
Volvería a arder el fuego interior bajo la triste capa de ceniza que lo cubría. Todo se manifestaría libremente. Se romperían, al conjuro del sueño aprehendido, las ataduras, los prejuicios, los impedimentos, lo que se oponía a su felicidad.

Y como Dios creó al hombre para que fuera feliz, todo le sería permitido para serlo. Hasta el egoísmo.

Todos los sueños existen. Existe el sueño de cada destino. El sueño que haría feliz al desdichado y que rompería la obstinación en el mortal fastidio del pesimista.

Hay que crear la calle de los sueños perdidos.

Muchos han perdido un sueño y se han acomodado a otro. Números equivocados del destino, se resignan con su suerte. Permutan un sueño por otro. El verdadero sueño, nuestro íntimo sueño, vital, existencial, ¿dónde está? Se fue, quizás, por una puerta falsa. Llegó a buscarnos cuando recién salíamos; se desvaneció en la bruma; cayó en la trampa o en una alcantarilla. Quien sabe dónde.

De este desencuentro del hombre y su sueño nació la irremediable congoja.

Lo que pudo haber sucedido y no sucedió.

¿Qué hay detrás del portal donde la madre anónima dejó abandonado a su hijo?

El postulante nunca pudo entregar su carta al ministro. El anciano mendigo no pudo hablar jamás con el director del asilo.

En esa estación no se detuvo el tren. Y allí estaba el sueño aguardando.

En ese puerto no se detuvo el barco. Y allí estaba el sueño aguardando.

El cómico trashumante perdió su mejor contrata.

El saltimbanqui…

El aventurero….

El presidiario…

El criminal….

El suicida…

El poeta…

Tal día, tal hora, ¿dónde estábamos?

La suerte nos llamó por nuestro nombre. No la escuchamos.

La suerte no llama dos veces.

Después, nos equivocamos de puerta. Llamamos y nos dieron con la puerta en la cara, como suele hacerse con los mendigos.

Quizás no debíamos haber perdido el tiempo buscando un sueño. Quizás el sueño viniera solo a nuestro encuentro.

Tarde ya gritamos nuestra desesperación inútil. Agitamos los brazos como el náufrago en la soledad del mar. Nadie acudió a nuestro llamado. Nuestra angustia fracasó en el silencio.

Hay que crear la calle de los sueños perdidos. El Rastro celeste. El entrecielo.

Allí encontraríamos nuestro sueño. Allí estarían, en exposición, los sueños fugitivos, los sueños intactos, los sueños usados, los sueños abandonados, frustrados, despreciados, olvidados.

Allí resucitaría el sueño. Palpitaría como una criatura recién nacida.

Todos los sueños existen. Existen los sueños que se realizan y los que se pierden y aun los sueños inconcretos.

La felicidad existe.

Un hombre ha perdido un sueño y no lo puede encontrar.

El rastro del sueño perdido lo lleva a una puerta cerrada. ¿Qué puerta es ésa?

Detrás de esa puerta quizás nos aguarde el sueño. Quizás nos hallemos nosotros mismos, de rodillas, o ese hermano menor que siempre nos acompaña.

Que no tiemble nuestra mano al llamar a esa puerta. Que no tiemble.