lunes, 28 de febrero de 2011

Cantata sombría. Olga Orozco






Me encojo en mi guarida me atrinchero en mis precarios
bienes.
Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena juventud por un
huracan de fuego
antes de convertirme en un bostezo en la boca del tiempo,
me resisto a morir.
Se que ya no podre ser nunca la heroina de un rapto
fulminante,
la bella protagonista de una fabula inmovil en torno de la
columna milenaria
labrada en un instante y hecha polvo por el azote del relampago,
la victima invencible —Ifigenia, Julieta o Margarita —,
la que no deja rastros para las embestidas de las capitulaciones
y el fracaso,
sino el recuerdo de una piel tirante como rafaga y un perfume
de persistente despedida.
Se acabaron tambien los anos que se median por la rotacion
de los encantamientos,
esos que se acunaban con la imagen del futuro esplendor
y en los que contemplabamos la muerte desde afuera, igual
que a una invasora
—proxima pero ajena, familiar pero extrana, puntual pero
increible —,
la niebla que fluia de otro reino borrandonos los ojos, las
manos y los labios.
Se agoto tu prestigio junto con el error de la distancia.
Se gastaron tus lujosos atuendos bajo la mordedura de los anos.
Ahora soy tu sede.
Estas entronizada en alta silla entre mis propios huesos,
mas desnuda que mi alma, que cualquier intemperie,
y oficias el misterio separando las fibras de la perduracion y
de la carne,
como si me impartieran una mitad de ausencia por apremiante
sacramento
en nombre del larguisimo reencuentro del final.
¿Y no habra nada en este costado que me fuerce a quedarme?
¿Nadie que se adelante a reclamar por mi en nombre de otra
historia inacabada?
No digamos los pajaros, esos sobrevivientes
que agraviaran hasta las ultimas migajas de mi silencio con su
escandalo
no digamos el viento, que ser precipitara jadeando en los
lugares que abandono
como aspirado por la profanacion, si no por la nostalgia
pero al menos que me retenga el hombre a quien le faltara la
mitad de su abrazo,
ese que habra de interrogar a oscuras al sol que no me alumbre
tropezando con los reticentes rincones a punto de mirarlo.
Que proteste con el la hierba desvelada, que se rajen las piedras.
¿O nada cambiara como si nunca hubiera estado?
¿Las mismas ecuaciones sin resolver detras de los colores,
el mismo ardor helado en las estrellas, iguales frases de Babel
y de arena?
¿Y ni siquiera un claro entre la muchedumbre,
ni una sombra de mi espesor por un instante, ni mi larga
caricia sobre el polvo?
Y bien, aunque no deje rastros, ni agujeros, ni pruebas,
aun menos que un centavo de luna arrojado hasta el fondo
de las aguas
me resisto a morir.
Me refugio en mis reducidas posesiones, me retraigo desde mis
unas y mi piel.
Tu escarbas mientras tanto en mis entranas tu cueva de raposa,
me desplazas y ocupas mi lugar en este vertiginoso laberinto
en que habito
—por cada deslizamiento tuyo un retroceso y por cada zarpazo
algun soborno —,
como si cada reducto hubiera sido levantado en tu honor,
como si yo no fuera mas que un desvario de los mas bajos
cielos
o un docil instrumento de la desobediencia que al final
se castiga.
¿Y habra estatuas de sal del otro lado?