Caminó contra los jirones de fuego. Estos no mordieron su carne, estos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo. (286)
Este desenlace que deja a la interpretación del lector la decisión última de adjudicar ese sueño a otro mago o al propio Borges, que a su vez podría ser un sueño de otro. Una trama infinita de creadores y creaciones. “Ningún poeta ha fabulado con más intensidad la hipótesis de que nuestra existencia es soñada en otra parte”, señaló George Steiner atinadamente con respecto a Jorge Luis Borges, y agregó que cada elemento dentro de las fantasías de “La Biblioteca de Babel” tiene sus fuentes en el “literalismo de la Cábala y en las imágenes, bien conocidas por Mallarmé, los gnósticos y los rosacruces, que describen el mundo como un volumen único e inconmensurable”.(Después de Babel 89)
Esta es la línea de contacto entre la teoría cabalística de la creación y su representación literaria por parte de Borges, quien usa filosofías preestablecidas y las lleva a los extremos de lo fantástico. En este caso, la teoría de emanaciones creadoras que nacen del Ein Soph de la Cábala, le sirve para proponer una visión del universo en la que la tarea de la creación no conoce final alguno. Siempre existe un grado inmediato de creación hacia atrás y otro hacia delante. Borges pone en evidencia la insuperable distancia entre el lenguaje y su referente empírico y cómo ella hace posible y multiplica las postulaciones de la realidad, en lo que radica su carácter eficaz en su misma ineficacia. Borges cuestiona al lector sobre el cómo se dice, cómo se lee, cómo se escribe la verdad. Le confiesa a María Esther Vázquez en 1975:
"…suponen que todo lo que escribo es como un sueño, que todo lo que escribo es irreal…entonces, durante la vigilia sigo soñando…no sé que es la realidad y que es la irrealidad. Si yo pensara que todo es vano, que todo es un sueño en ese sentido, no escribiría tampoco." (Borges 112)
Así, su literatura fantástica también se nutrió del precepto cabalístico de un lenguaje divino, capaz de otorgar poderes mágicos a los iniciados. Borges engendró creaciones que ampliaron o exageraron el concepto, proponiendo la infinitud de creadores y creaciones. Esta posición es distinta a la de Saussure, pues para él el signo lingüístico equivale a una entidad dual cuyas partes (significante y significado) mantienen entre sí una relación arbitraria y puramente convencional. Borges cuestiona la capacidad referencial del lenguaje, la posibilidad de que éste nos relacione con la realidad. En este respecto, María Adela Renard afirma que, gracias a este cuestionamiento, Borges reúne en su creación fantástica una visión única de la existencia y de las cosas particulares. Para la autora, esto mismo configura el “núcleo polifacético” de su narrativa. Luego señala:
"De este núcleo parten y se descifran sus símbolos, elementos imprescindibles para la cabal comprensión de su espacio cósmico. En cuanto dan sentido a una realidad objetiva que representa otra realidad metafísica, los símbolos tratan de dar cuenta de aquello que es inexpresable, llevándonos hacia un ámbito exterior al lenguaje." (Borges: símbolo y proyección 9) Tal ámbito externo, con sus infinitas interpretaciones, ofrece la posibilidad del diálogo entre el texto y el lector. Pero eso no se queda ahí. El lector tiene la ocasión de descifrar el mundo oculto que tiene entre sus manos. Tal es la principal labor del cabalista. Para este, conocer el nombre verdadero de las cosas, le otorga al hombre un poder particular sobre esas mismas. Así, el Rabí de Praga, al obtener el nombre mismo de Dios significaría, de alguna forma, acceder a su poder. En “La muerte y la brújula” Borges dice:
"Un libro en octavo mayor le reveló las enseñanzas de Israel Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los piadosos; otro, la tesis de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia). Su noveno atributo, la eternidad –es decir, el conocimiento inmediato- de todas las cosas que serán, que son y que han sido en el universo. La tradición enumera noventa y nueve nombres de Dios; los hebraístas atribuyen ese imperfecto número al mágico temor de las cifras pares; los Hasidim razonan que ese hiato señala un centésimo nombre –el Nombre Absoluto." (Obras completas 331)
En un texto como "El Aleph", su gran significado se determina por la elección de ese nombre particular para definir la clave fantástica de la narración a través de una palabra. Aleph, es la letra inicial del alfabeto hebreo, la génesis y la primera de las ‘tres letras madres’, y está por supuesto relacionada con el número uno. Como señala Borges en la postdata del cuento:
"Este, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al disco de mi historia no parece casual. Para la Cábala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; también se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transinfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes." (340)
Ciertamente el Aleph de Borges tiene las características de un caleidoscopio metafísico, una entidad que junta y confunde toda la realidad dentro de un aparente y limitado espacio físico. Pero es también la manifestación de una trascendencia inexplicable, donde el escritor pone a prueba las posibilidades del lenguaje para expresar lo inexpresable:
"Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos en análogo trance, prodigan los emblemas para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; … Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco,…Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré." (338)
A esto sigue, en el texto, una de las mejores enumeraciones de toda la literatura fantástica y que define la extraña grandeza del ‘Aleph’, capaz de contener la inconcebible vastedad del universo dentro de una esfera de dos o tres centímetros de diámetro.