Luego sostiene que al final de la misma página, que los cristianos fueron todavía más lejos: “el pensamiento de que la divinidad había escrito un libro los movió a imaginar que había escrito dos y que el otro era el universo”, afirma, y enseguida trae las ideas de Bacon, Browne, Carlyle y Bloy para confirmar la suya. De Bacon cuenta que, a principios del siglo XVII, declaró que Dios nos ofrece dos libros, para alejarnos del error, uno, las Escrituras, que es revelación de Su voluntad y otro, el volumen de las criaturas, revelación de Su poderío, este último llave de aquél. En el Epílogo, Borges corrige esta afirmación:
"En un ensayo he atribuido a Bacon el pensamiento de que Dios compuso dos libros... Bacon se limitó a repetir un lugar común escolástico... Cosa, me parece, que no varía el asunto. Incluso, Bacon opinaba que el mundo era reducible a formas esenciales que integraban, en cantidad precisa, limitada, una serie de letras con que se escribe el texto universal." (775)
En una nota al pie, Borges agrega el nombre de Galileo a la lista y transcribe, entre otras, esta frase suya: “La lengua de ese libro es matemática y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas” (716) La concepción de la naturaleza como un libro tiene, entre otras múltiples manifestaciones, la suposición muy antigua de las semejanzas entre los órganos del cuerpo humano y de los animales y las formas externas de las plantas. Estas semejanzas eran llamadas signaturas. La naturaleza las había impreso.[8] Ahora, para que estas tres concepciones pudieran darse debió acontecer un hecho fundamental: la aparición de una cultura de la palabra escrita, con el subsiguiente culto de la escritura y sobre todo, de lo escrito en un libro. No sólo La Biblia, El Corán y La Torá resultan sagrados, también, como bien observa Borges, muchos libros participan de algún modo de esa sacralidad: El Quijote, Hamlet, La Divina Comedia. Borges dice que un libro, cualquier libro, es para nosotros un objeto sagrado, con lo que extrema ese culto. Entonces, la sacralización del libro hubiese sido imposible en la época de la palabra oral. Aun cuando ya había libros, la mente antigua consideraba, según Borges, a la palabra escrita como un sucedáneo de la palabra oral. Y ejemplifica:
"Pitágoras no escribió... El maestro elije al discípulo, pero el libro no elige a sus lectores, que pueden ser malvados o estúpidos, este recelo platónico perdura en las palabras de Clemente de Alejandría, hombre de cultura pagana: “lo más prudente es no escribir sino aprender y enseñar de viva voz porque lo escrito queda" (713)
Por otro lado, en “La flor de Coleridge” Borges comenta lo que es un correlato del Libro Sagrado y de su autor. Así como éste fue escrito por el Espíritu, cada libro sería, según Valéry, al que Borges cita en el comienzo de sus páginas, no el fruto de la historia de los autores y de los días de su carrera, o de la de sus obras, sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de literatura. Carlyle, sostiene Borges, en “Magias parciales del Quijote”, aseguró que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también figuran.
En este respecto, Jitrik sugiere la existencia de “un modificador histórico que, sobre un conjunto de supuestos, una época construye en torno a una palabra y que le da su pleno sentido; al ser otros los supuestos en una época diferente, la palabra, la misma, tiene igualmente un sentido diferente” (Temas de teoría 35) En concordancia, Bajtín observa que: “…the most important novelistic models and novel-types arose precisely during this parodic destruction of preceding novelistic worlds.”[9] (Discourse in the novel 309) Más adelante afirma que: “Cervantes' Don Quixote, which realizes in itself, in extraordinary depth and breadth, all the artistic possibilities heteroglot and internally dialogized novelistic discourse.”[10] (324)
En otras palabras, todos los libros son escritos por todos los hombres y por una sola inteligencia, los hombres, a su vez son personajes de sus libros. Un ejemplo de este cruce de personajes, dramas, autores y tiempo es “Pierre Menard, autor del Quijote”
El cuento hace un homenaje a Cervantes a cuya obra se hacen innumerables referencias varios ensayos del autor argentino. En uno de ellos titulado “La Ficción dentro de la Ficción” (Borges, Obras Completas) Borges cita al Quijote como un ejemplo que suscita un eterno interés narrativo al incluir una obra literaria dentro de la otra. En “La supersticiosa ética del lector” y pensando en la codificación del texto como marco histórico señala:
"…el Quijote gana póstumas batallas contra sus traductores y sobrevive a toda descuidada versión. Heine, que nunca lo escuchó en español, lo pudo celebrar para siempre. Más vivo es el fantasma alemán o escandinavo o indostánico del Quijote que los ansiosos artificios del estilista" (Borges, Obras completas 25)