Desde el título mismo, el autor comienza a desatar elementos que abren un primer plano de la múltiple codificación que el lector encontrará en la narración: Pierre Menard, quien en el cuento es un francés de los albores del siglo XX, se propone el escribir la obra de Cervantes. El personaje, autor ficticio, es presentado por Borges como un escritor que se ha ocupado intensamente en los problemas de la infinitud de la filosofía, la aritmética, y por supuesto, la lingüística.
Las primeras páginas del relato están dedicadas a enumerar de modo cronológico la obra visible de Menard, caracterizada por su lenguaje de ensayo. Luego se menciona la “otra” obra de Menard “…la subterránea, la interminablemente heroica, la impar.” En ese orden:
"Hasta aquí (sin otra omisión que unos vagos sonetos circunstanciales para el hospitalario, o ávido, álbum de madame Henri Bachelier) la obra visible de Menard, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También ¡ay de las posibilidades del hombre! la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo consta de los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del don Quijote y de un fragmento del capítulo veintidós. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese <> es el objeto primordial de esta nota" (Borges, Obras completas 276)
No sólo es la imagen del enunciador y su intención lo que puede detectarse en un texto; todo mensaje tiene su origen y su destino. Un enunciado es un cruce de voces que dialogan: la del emisor, la del destinatario, la de textos anteriores. El dialogismo, la codificación y la polifonía serían los principios constitutivos del discurso narrativo. Es decir: la obra no visible de Menard, que es el eje central del cruce de voces en el cuento, es también la mamo del hombre que mueve las fichas de ajedrez; la del poeta, (Borges) que lo canta; la de dios, que mueve la mano del poeta y la del dios que está detrás del Dios. En toda la obra literaria de Jorge Luis Borges encontramos referencias y alusiones a juegos de historias que se repiten formando una cadena infinita. Los casos más elocuentes son: “Ajedrez” y “El Golem”, y “Las ruinas circulares”.
En el poema “Ajedrez”, a través de este juego, se insinúa que el ser humano es comparable a una de las piezas: carece de voluntad propia, pues es movido por un jugador, su dios, quien, a su vez, es movido por una voluntad superior, y esta por otra y así ad infinitum.
"También el jugador es prisionero/(la sentencia es de Omar) de otro tablero/ de negras noches y blancos días./Dios mueve al jugador y éste, la pieza./¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza/de polvo y tiempo y sueño y agonía?" (Borges, Nueva antología personal 16)
El poema deshoja al ser humano de su libre albedrío sometiendo su voluntad a la de Dios, quien es el que en realidad maneja la situación. Borges no deja ahí la idea: se inspira en los misterios (¿velos?) de la Cábala; asimila a Dios con un ser que a su vez carece de voluntad propia y cumple la de una entidad superior. Esta idea, evoca las emanaciones creadoras del Ein Soph.
De la misma raíz es “El Golem”. En este poema, un rabino estudioso de la Cábala, llamado Judá León, da vida a un muñeco pronunciando uno de los nombres de Dios. Sin embargo, esta creación resulta imperfecta y el rabino se cuestiona si no hubiera sido mejor no haberla realizado:
"El rabí lo miraba con ternura/y con algún horror. “¿Cómo –se dijo–/ pude engendrar este penoso hijo/y la inacción dejé, que es la cordura?”/“¿Por qué di en agregar a la infinita/serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana/madeja que en lo eterno se devana,/di otra causa, otro efecto y otra cuita?" (33)
El rabí ha invocado uno de los nombre de Dios. Es decir, la perfección. Pero el resultado ha sido una criatura imperfecta. Del mismo modo, la escala de las emanaciones conduce de lo más depurado de la corona del Árbol de al vida (Keter) a lo más desafortunado de la materia, llamado Malkut. (Fortune, La Cábala Mística 21)
El Golem, entonces, es el último escalafón del proceso o “infinita serie”, y por haber surgido de las manos de un hombre que se ha tomado atribuciones de Dios resulta imperfecto. Los últimos versos del poema sugieren formas similares entre el último Dios de “Ajedrez”, con el rabino ante la presencia de su criatura: "En la hora de angustia y de luz vaga,/En su Golem los ojos detenía./ ¿Quién nos dirá las cosas que sentía/ Dios, al mirar a su rabino en Praga?" (Nueva antología 33)
Esto es una referencia a las emanaciones del Árbol de la Vida, donde estas se presentan limitadas. Borges, las prefiere infinitas. Y este es uno de los rasgos de su narrativa. El cuento “Las ruinas circulares” (Prosa 282) es una sugerencia sobre la verdad del albedrío humano y para ello Borges utiliza la metáfora de una sucesión de sueños. Un mago se propone crear un hombre a partir de sus sueños “e imponerlo a la realidad”. Igual que sucedió al rabino del poema, la creación revela al creador un aspecto oculto de su propio ser. El mago, que sabe de la inmunidad de su creación con respecto al fuego, descubre que él también es invulnerable a dicho elemento y cae en la cuenta fatal de que él es, a su vez, un sueño de alguien más.