"El Aleph", entonces, es una de las exploraciones más inteligentes y riesgosas de las posibilidades humanas por comprender la totalidad o encontrar el modo de nombrarla. El universo, la divinidad y el Todo, encuentran su mejor definición posible dentro de esta inconcebible entidad ficticia.
Un ejemplo todavía más significativo lo encontramos en un texto que fue definido por Rabi como el único relato de toda la literatura "La muerte y la brújula", da un manejo irónico del asunto cabalístico, que produce una especie de perversión del tema. En esta historia un detective busca a un hombre que aparentemente está realizando una serie de crímenes rituales estructurados sobre el Tetragramaton, uno de los nombres de Dios. Al final del texto, se descubre que el detective, obsesionado por su deseo de encontrar significado y propósito en todos los signos de la realidad, fue incapaz de reconocer una trampa que había sido montada especialmente para él. El primer asesinato había sido casual, el segundo un ajuste de cuentas, el tercero no había ocurrido. Pero todo había sido organizado en la forma de un texto significante por un criminal culto y vengativo, conocedor de las manías del detective y dispuesto a atraerlo por medio del cebo más apetecible para él: un enigma organizado alrededor de los signos.
En cierta forma este cuento es la verdadera propuesta de Borges con respecto a los ocultismos y los esoterismos que pueblan su obra. En realidad, la Cábala borgiana es un regreso a la preocupación fundamental del ser humano por los signos del lenguaje, por las convenciones establecidas que permiten realizar elaborados procesos de comunicación. Sus referencias esotéricas tienen a menudo una justificación casi semiótica, y vienen siendo juegos intelectuales, laberintos organizados alrededor de maravillosas ensoñaciones y ficciones de extremada elaboración. En otras palabras para él todas estas creencias no son los fines o propósitos de su escritura fantástica, sino los medios de los cuales se sirve para crear sus irrepetibles ficciones y mediante ellas fundamentar su preocupación básica por las cuestiones del hombre, el lenguaje y el universo.
Esto se remonta al entendimiento del ‘Todo’ que busca la Cábala pero que puede explicar la semiótica, en cuanto a su sistema, su lógica y su sicología. Esto se hace tangible cuando existe una aproximación cercana a Pierce y al concepto que este legara a los estudios de símbolo. Para Pierce, el signo es la base y el fundamento del universo, él que a su vez obedece a un orden caótico y fractal, que apenas despunta nuestro entendimiento.
Pocos pensadores contemporáneos han llevado tan lejos la reflexión sobre el poder autónomo de los signos en los designios humanos y el orden del universo como Borges. En esta zona en común encontramos una coincidencia específica, la que trata sobre la vectoralidad de los signos o teleología, es decir, su capacidad de apuntar hacia el futuro y de organizarlo de un modo general y abierto tanto a las extrañas posibilidades del Azar, como a la fatalidad de lo que está previsto.
Hablar de la importancia de los símbolos en la literatura puede resultar tan perogrullesco como hablar de la importancia de los árboles en la industria maderera. Pero sólo Borges parece haberlo comprendido. Y como los más refinados hermetistas diseminó su búsqueda en un lote específico de relatos fantásticos para que sólo algunos intuitivos vieran en ellos algo distinto a las licencias de su imaginación. En “El Aleph”, conforme a lo exquisito de sus ironías parece recordar al mundo que la literatura se hace con letras, que son símbolos, que forman palabras, que son símbolos y con las cuales se cuentan historias para simbolizar misterios que a su vez son símbolos: los símbolos de las tradiciones que trajeron los profetas, que protegieron los herméticos y que acaso sin saberlo, han develado los poetas.