El año de su muerte, Alejandra Pizarnik concedió una de sus escasas entrevistas a la revista Ocnos. Martha Isabel Moia fue la encargada de ponerle un espejo delante mediante sagaces cuestiones repletas de metáforas. Años más tarde, la recordó desesperanzada, como si el lecho se hubiese vuelto demasiado duro para la larga noche que fue su vida. La respuesta final, tan desgarrada, anticipaba lo que pocas semanas después sucedería…
M. I. Moia: Hay un miedo tuyo que pone en peligro esa morada: el no saber nombrar lo que no existe. Es entonces cuando te ocultas en el lenguaje.
Alejandra Pizarnik: Me oculto dentro del lenguaje porque allí todo parece menos hostil. El no haber conocido lo que no tiene nombre no evita que exista. No soy una elegida. No se permite entrar en el jardín.
M. I. Moia: ¿Entraste alguna vez en el jardín?
Alejandra Pizarnik: Proust, al analizar los deseos, dice que los deseos no quieren analizarse sino satisfacerse, esto es: no quiero hablar del jardín, quiero verlo. Claro es que lo que digo no deja de ser pueril, pues en esta vida nunca hacemos lo que queremos.
M. I. Moia: Mientras contestabas a mi pregunta, tu voz en mi memoria me dijo desde un poema tuyo: mi oficio es conjurar y exorcizar.
Alejandra Pizarnik: Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.
M. I. Moia: ¿Escribir es una necesidad para ti?
Alejandra Pizarnik: Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que me temo terminará por ocurrir.