La Habana, 4, 69
Velia,
Hoy es la primera noche que no te veo. Hoy, también, me desperté cuando ya estabas en tu casa. Esto me hizo sentirme raro. Era como haberte perdido durante el sueño. Me había acostado tarde, muy tarde; parece que quería aguantar la noche o algo así. En fin, que era difícil, tú lo sabes.
Me hubiera gustado besarte de nuevo, o, en realidad, besarte la última vez que lo hiciera. Lo del Malecón no fue un beso. Fue la cristalización de un pensamiento, de un deseo y no sé, algo así como una península del sueño breve. No te besé por la gente —¿te fijas que están en todas partes reprimiendo?—; subían y bajaban por aquel ascensor del demonio y me llevé la rabia. Repetirte que [borrón] ahora quisiera repetir el momentito aquel en que me pediste la mano, sobra. Quisiera que siempre fuera ese momento.
Aun cuando no estás no estoy vaciado. No es común; me parece como si se hubiese edificado algo grande [borrón] —pese al tiempo— pero sólido. Creo que ha sido bueno, que nos ha notado, que nos ha hecho mejores a los dos. Hay algo que me revuelve la imagen para el recuerdo que quisiste dejarme cuando viste que me contrariaba el lunes que venía, la despedida. Ahora no puedo recordarte sin saber que no estás a gusto dentro de esa sociedad que se desmorona, dentro de esa caricatura de comunidad en que te ha tocado vivir. Esto me altera, quisiera saltar allá —cuento de hadas— con yelmo y todo y rescatarte o hacer [ilegible] vivir despierto, tú lo sabes. Ahora lo importante es que me recibas a través de cada palabra, de cada frase; que en cada momento me sientas tendido hacia ti, presente en las pocas sonrisas verdaderas y en todas las hieles.
Ahora lo importante es que no olvides lo que viste, que no te dejes hipnotizar por la rutina, que cada trampa del medio y los prejuicios se conviertan en un acicate para tu rebeldía [ilegible] que cuando te vayas a dormir pegues un grito y des un golpe, uno solo certero que te saque de lo cotidiano.
Tienes que aprender a ver en cada gente, en cada acto, en cada cine, periódico, revista, fiesta, día de clases, un enemigo agazapado, un enemigo involuntario, pero no menos peligroso por esto. Tienes que saber que en tu casa todo conspira contra tu verdadera independencia, contra tu futuro, contra que te encuentres un día y te puedas [ilegible].
No estás sola. Tienes mi país, su recuerdo como posibilidad real de hacer un mundo más justo y completo; tienes los recuerdos de Isla de Pinos, de aquellos muchachos metálicos que están estrellando el pasado contra el suelo que siembran. Tienes la tenacidad y la esperanza de todos los jóvenes que conociste aquí, las altas canciones de Vicente y Noel, las denuncias de Pablo, los ruidos de vida de Pancho y Yoyi y todas las noches que pudimos ver el amanecer sonriendo. Tienes el intento de puente de mis palabras. Me tienes a mí, que te sigo buscando.
No quiero entristecerte con esto; no quiero que relaciones mis cartas con alguna desgarradura; no pienses en mí y en los planes delirantes [ilegible] siempre dialogando [ilegible] mojándome y dejándote mojar con aquella hermosa comunicación, con algo profundo como tus ojos que noté distintos —¿recuerdas?—, con algo sabio y sólido como todas las palabras de Teté.
Cuando me fui aquella noche estaba asfixiado, chato como una tapa vieja; lleno de ruidos, sin salida, de signos hermosos pero estériles. Me di cuenta de que tenía que ver a Teté, que tenía que correr a su casa. Llegamos Vicente, Isabel y yo y allí, nos tendimos cada uno a una suerte. Yo casi no hablé y Teté me encontró mal. Entonces fue cuando dijo que a mí me tumbaba mi alma, que me tenía miedo desde siempre porque ella sabía que yo podía morir con solo decidirlo. Me estremeció y he estado pensando mucho tiempo. Cuando nos íbamos se adelantó conmigo y me dijo «¿Qué?, te duele México, ¿no?» Como ves, esta mujer me desviste cada vez que le da la gana y no pude hacer menos que sonreírme. Des... [ilegible] de mi madre e hice la canción. Una canción que voy a incluir en el disco pequeño que estoy haciendo. Se llama [palabra borrada] «De la ausencia y de ti, Velia». En cuanto esté el disco te lo envío. Si no está antes de que vengas, te lo daré en la mano, en agosto, ese mes que he comenzado a esperar desde anoche.
No dejes de ser fuerte con Leticia. Ella vale. Procura hacer que vaya al médico y que no cometa el disparate de casarse o sucumbir con cualquier otro compromiso que la invalide. Dale ánimos y fuerzas; transmítele tus firmezas, tus ideas.
En cuanto a ti, creo que es mejor no seguirte hablando por esta vez. Nunca terminaría de decirte cosas que quizá se convirtieran en monótonas de continuar. Cuando me quieras ver asómate a cualquier palabra que te guste, a cualquier canción que recuerdes, al dibujo que tienes sobre el infinito o al pequeño regalo que te hice aquella noche en el Malecón y que puedes ver desde cualquier ventana abierta. Cuando me quieras tocar, no cierres los ojos, ábrelos más que nunca y auscúltate, revisa que todo está en su puesto y que eres tú quien decide tus pasos.