sábado, 17 de marzo de 2012

Un disco de Janis :: Miguel Pérez Díaz




A mi vecina Paula, tres días después del 66º cumpleaños de Janis


Todo se había envuelto de un raro mecanismo de defensa. La juventud adoptaba posturas automáticas de una autenticidad primaria y repetitiva con ligeros cambios de color y destellos a partir de la luz del día. El brillo en los ojos de Paula jamás desaparecería. El recuerdo quedó tan grabado en sus pupilas como el brillo de los cambios de color de la luz de los días posteriores. Todo se volvió frío para Paula. Sus compañeros, su casa, los licores del fin de semana, incluso los discos que tanto amaba de Janis Joplin dejaron de perforarle el alma. Paula está cansada de todo, y la gota que colmó el vaso aún continúa removiendo sus entrañas lo mismo que la máquina que remueve la arena e intenta dejar la playa bien peinada al amanecer. Paula se siente vacía. No está vacía pero se siente hueca, sin motivo para existir. Paula enciende un cigarrillo y apaga las luces. Suena en la oscuridad Janis rajando el silencio y haciéndolo sangrar crudamente, con el peso de la sangre que sólo Janis es capaz de ponerle a la música, mientras una graciosa lucecita pasea nerviosa por la oscuridad del salón en la casa de Paula. La lucecita se detiene a morir en el cenicero y Paula coge el teléfono y lo enciende. Janis sigue manchándolo todo de sangre, derramando verdades por el piso sin pedir permiso. Paula recibe mil mensajes de texto, algunos son publicitarios, otros, los licores del fin de semana. Paula enciende un nuevo cigarrillo y ahora mira el mar confundido en la noche. El humo azul del cigarrillo de Paula da vida a todas esas lucecitas que manchan todo el negro infinito que forma el paisaje que divisa Paula, que decide vestirse y bajar a la Farándula a tomar algún licor, a ver si alguna rubia alemana le muerde bien fuerte la lengua y la hace sentir viva, como cuando de niña un disco de Janis le mordió el alma y se la tragó para siempre jamás.