Horacio Oliveira era un lector voraz, devoraba todo lo que caía en sus manos, un libro, una revista, un prospecto, un diario (viejo o nuevo) un cartel, instrucciones para usar la licuadora o el ventilador, los mensajitos del celular, en fin, su adicción por lo escrito no tenía límites. Fruto de la misma, su cabeza creció y creció hasta que perdió el equilibrio.