Escuché el grito de la sangre, no
el mío.
Sentí el calor del torrente,
que me mojaba las manos
que brotaba de mi cuello
para perderse en un hilo.
Y me vi, muerto
con el silencio incrustado en el
cuerpo,
sin sombra,
dormido.
el mío.
Sentí el calor del torrente,
que me mojaba las manos
que brotaba de mi cuello
para perderse en un hilo.
Y me vi, muerto
con el silencio incrustado en el
cuerpo,
sin sombra,
dormido.