Ella dijo:
"Como es domingo por la tarde, pasé a ver como andabas con tus síntomas... ¿Todo bajo control?
Después de conocerte, (¿pura coincidencia?), tuve una recaída de domingo por la tarde."
Yo contesto:
Pues sí. No son buenas épocas y el síndorme se apodera de mí y me esclaviza.
No me deja, ni siquiera levantarme de mi cama. Allí estuve, con dolores del alma potenciados por dolores que la resaca de la noche anterior deja. Con un persistente y lujurioso sentimiento, promiscuo, invocado en la noche anterior, esas noches en las que el alcohol miente.
El cuerpo, de tanto estar en la cama, reclamó movimiento, pero nada importa, la idea es persistir en el dolor. Así es el síndrome, una especie de droga dolorosamente reconfortante a la que no se puede dejar.
¿Dormir? Imposible, el día tiene que doler.