¿Cómo podemos morir? Toda vida espiritual es un aprendizaje de la muerte. Dice Al-lâh en el Corán: vuestra estancia en “este mundo” no es sino pasajera. El carácter efímero de la existencia es algo evidente por si mismo. La presencia de la muerte a nuestro alrededor es una constante, una presencia anunciadora. Pensar la vida en función del antes y el después implica una apertura, un cambio de percepción hacia lo que nos rodea. Debemos integrar en nuestra vida cotidiana la verdadera dimensión completa de la vida. Se trata de dejar de vivir en la ficción de que somos autosuficientes, eternos y autogenerados, dejar de pensar que tenemos el control sobre la vida y la muerte, reconocer que venimos de Al-lâh y a Él nos dirigimos. Orientar nuestros esfuerzos hacia la Última Vida (al-ajira) no implica abandonar este mundo (dunia), sino superarlo. El desapego hacia lo mundano es, al mismo tiempo, un elemento de satisfacción y de estabilidad “en este mundo”. Nos procura placer, nos libera del afán de control sobre las cosas. Nos permite amar libremente a nuestros semejantes, sin la angustia del deseo de posesión, sin los celos de aquel que se esclaviza a sus seres queridos hasta el punto de que llega a ahogar sus relaciones.
El aprendizaje de la muerte no es fácil, es un despojarse radical de todo lo mundano, vivir para Al-lâh, orientados a una dimensión final que nos desborda. El término coránico al-âjira se aplica a la vida después de la muerte física del cuerpo. Significa “lo último, que está más allá, lo distinto, la otra cosa”. En el Corán se dice:
La Última vida es mejor (jayr) para vosotros que la primera.
(Qur’án 93:4).
El ájira es mejor porque en él nuestra visión habrá sido desvelada, las cosas se verán tal y como son: la Verdad en si misma es mejor que su apariencia. Como resultado, no habrá ya nada que se interponga entre el hombre y la realización de sus anhelos: los placeres en el ájira serán eternos, no están sujetos a la caducidad de lo mundano. El Placer intenso del Jardín es wa’ad al-lâh, la promesa de Al-lâh. En el Corán, la Promesa por antonomasia es el ÿanna, el Jardín Paradisíaco:
A quienes se confían y actúan con integridad,
les haremos entrar en jardines por los que corren arroyos
y allí permanecerán más allá del cómputo del tiempo:
la promesa de Al-lâh es real (wa’d al-lâhi haqqâ).
(Qur’án 4: 122).
El Jardín puede ser saboreado ya en el dunia. Lo que nos ofrece un presentimiento del Jardín son las hasanat, acciones bellas, buenas obras. Mediante las hasanat creamos paraíso. El Jardín se va poblando de fuentes, arroyos, palacios, árboles frutales. Cada hasanat es un árbol infinito, en la medida en que nuestras bellas acciones tienen una repercusión en nuestro entorno. Lo contrario de las hasanat son los dzunub, plural de dzanb, trasgresión. Mientras el dzanb nos aísla, cada hasanat nos conecta con el mundo, amplía nuestro horizonte vital, nos enlaza con el todo. La palabra árabe husn engloba dos aspectos: el bien y la belleza. Todo lo que rompe barreras y nos abre a los demás es un acto que conduce al Jardín. Todo lo que nos separa y nos encierra en nosotros mismos es un acto del Fuego. El Fuego es estrecho y el Jardín es amplio. El Fuego es sucio y hediondo, el Jardín es hermoso y transparente. Este tipo de dualidades son simples pero muy efectivas. Todos podemos reconocer donde está nuestro verdadero anhelo, hacia donde se dirige nuestro anhelo. Deseamos intensamente ser criaturas del Jardín, y esta es la fuente de nuestro Amor a Al-lâh.
Estamos abocados a ese más allá que empieza con la muerte, a sucesos que no podemos controlar, y en los cuales se decidirá nuestro destino final en el orden de la Creación. Hay que mantener el temple ante lo desconocido, tomar conciencia de lo que ha sido anunciado. Todos los acontecimientos que tienen que ver con la escatología son tremendamente sugerentes, pero también aterradores. No solo la ‘amenaza del Fuego’ sino el propio modo de producirse el Fin del Mundo, como un cataclismo cósmico, un desgarro, un oscurecimiento. Este es material sensible, en la medida en que aceptamos la Realidad que nos propone. No se trata de ficciones apocalípticas, sino del modo como la Verdad se nos presenta en toda su crudeza. No es nada fácil de asumir, no nos ofrece un fácil consuelo. Incluso la visión del Paraíso es precedida por acontecimientos estremecedores, de los cuales ninguna criatura permanece a salvo. Ante la imagen de las montañas despedazadas como copos de lana cardada, no queda más que refugiarse en Al-lâh, rasgar nuestro pecho y abrir nuestros corazones. De Él venimos y a Él es el retorno.