La muerte (mâwt) forma parte de la actividad de Al-lâh, es una misericordia de Al-lâh para las criaturas. Así como Dios es El Dador de Vida, Él es el Dador de Muerte. Estos dos Nombres o Atributos de Dios son complementarios, es imposible pensar lo uno sin lo otro. La vida y la muerte son un par, forman un todo inseparable. La vida conduce a la muerte, pero de toda muerte brota nueva vida, en un ciclo ininterrumpido, el propio ciclo de la Creación. Nacimiento-vida-muerte-resurrección, estas palabras son suficientes para explicar los procesos en los cuales nos hallamos insertas todas las criaturas. La muerte delimita la vida, según un plazo fijado de antemano:
Y ningún ser humano muere
sino con el permiso de Al-lâh,
en un plazo prefijado.
(Qur’án 3: 145)
Fijar un plazo es establecer un punto de partida, dar un recorrido y una meta, una posibilidad de destino para las criaturas. Es durante este periodo donde las criaturas tienen la posibilidad de realizarse, de cumplir con la función que les ha sido asignada.
La idea de que la muerte es un accidente, sujeto a la casualidad, y que por tanto puede prevenirse, es del todo ajena a la cosmovisión islámica. El Qur’án se refiere a la ilusión de que alguien pueda protegerse ante el destino o retardar el momento de su muerte:
Dondequiera que os halléis,
la muerte os alcanzará
—aunque estéis en torres elevadas.
(Qur’án 4: 78)
No hay protección o escape posible ante el decreto de Al-lâh, Él supera todas las barreras. Las torres elevadas son el sueño de protección de una sociedad enferma, que ha puesto la seguridad por encima de toda otra consideración. Es una sociedad basada en la acumulación de bienes que no han de servir de nada ante la Verdad que nos precede. Frente a esta actitud temerosa ante la muerte del que quiere preservar su ego, la actitud básica del creyente es la aceptación consciente de que la muerte es inevitable, y de que nadie puede saber el cómo, el cuándo, el dónde:
En verdad, sólo Al-lâh conoce
cuando ha de llegar la Última Hora;
y Él hace caer la lluvia;
y Él conoce lo que hay en los úteros:
mientras que nadie sabe lo que adquirirá mañana,
y nadie sabe en que tierra morirá.
(Qur’án 31: 34)
Si decimos que la muerte es una misericordia es porque la Misericordia de Dios siempre prevalece, más allá de todas las pequeñas muertes cotidianas, más allá del extinguirse de los días y de las estaciones, del ajarse de las apariencias consumidas por el tiempo. El Corán insiste: todo lo existente tiene un plazo, viene de la inexistencia y permanece abocado a la muerte. Las montañas, el mundo, las galaxias: todo está destinado a perecer. Tras toda apariencia destinada a la muerte late la misma Realidad indivisible. Sólo la Faz de Al-lâh sobrevive a las destrucciones y a la muerte:
Todo perece salvo Su Faz.
(Qur’án 28:88)