Esta es la base de la visión islámica sobre la muerte. La actitud del musulmán pasa, en primer lugar, por la aceptación consciente del Decreto de Al-lâh. No una aceptación resignada sino un estado de conciencia. Conciencia de que somos musulmanes, seres contingentes y acabables, sometidos a una fuerza anterior a nuestro propio nacimiento, sometidos al Creador de los cielos y la tierra, a las condiciones eternas de la vida. Consciencia de que no tenemos ninguna capacidad de cambiar lo que está escrito, de que Al-lâh es el Señor de la existencia.
En segundo lugar, esta actitud de aceptación consciente del destino implica una apertura, la entrega confiada al Creador de los cielos y la tierra. Abismarse en el Universo de Al-lâh, entrega confiada a su Misericordia, al más allá de nosotros mismos, a la vida que hay más allá de los limites de nuestra conciencia limitada, a la vida que se abre tras nuestra pequeña muerte de criaturas.
La muerte el preludio del encuentro entre el amante y el amado, el fin del estado de separación en que vivimos. Rabi’a al-Adawiya soñó que venía a buscarla el ángel de la muerte y le dijo: “He venido a buscarte. Soy el que sacaba con los placeres de esta vida, el destructor de las ilusiones y los ídolos que los humanos fabricáis en esta vida”. Y Rabi’a le contestó: “¿No puedes presentarte con tú rostro más amable? Eres el que acaba con la separación entre el amante y el amado”.
Esta anécdota refleja la respuesta de un alma consciente, de alguien que se ha desapegado hasta tal punto de las vanidades que llega a morir antes de morir y superar cualquier sombra de angustia ante la muerte. Los íntimos de Al-lâh suelen referirse a la muerte como "la noche de bodas con la eternidad".
Todo el islam es un aprendizaje a superar la fractura ilusoria entre la muerte y la vida. La muerte no es un fin absoluto, sino que nos aboca a la vida anterior a la vida, a la vida más allá de nuestra existencia en este mundo. La dirección física del cuerpo es la tumba. Allí se dirigen todos los anhelos, todas las construcciones, creencias o esperanzas. Allí se depositarán nuestros miembros y órganos vitales. Todo aquello que parece hacer funcionar la maquinaria de nuestro cuerpo será depositado en la tumba como un despojo de nosotros mismos. Si seguimos siendo, ya no somos eso. La posibilidad de la muerte, su presencia en nuestras vidas, es una constante. Nadie puede prever o conocer el plazo que le ha sido concedido. Sólo Al-lâh tiene el poder de decidir sobre la vida y la muerte.
La muerte no es el final de la criatura, es tan solo el final de una forma de existencia que todos sabemos pasajera. El profeta dijo: “los hombres están dormidos y cuando mueren, despiertan”. Hablar de la muerte es hablar del destino final de la criatura, es abismarnos en el universo escatológico, en los acontecimientos que tienen lugar en el otro lado, el otro mundo u orilla en el cual nuestra percepción habitual y limitada de lo Real quedan desbordados, arrasados por la inmensidad del mundo de Al-lâh, Uno y Único, que no ha engendrado ni ha sido engendrado, y permanece siempre más allá de nuestra capacidad de criaturas.
Toda la vida del musulmán está orientada a la Otra vida y es por tanto una preparación para la muerte. El profeta Muhámmad dijo: “Muere antes de morir”. ¿Qué significa esto? No necesitamos esperar eso que llamamos muerte para liberarnos de los obstáculos que tiene la conciencia para romper con los límites de la conciencia y saborear el más allá. No necesitamos esperar porque la conciencia humana está lo suficientemente avanzada como para comprender tanto la vida como la muerte y decir: moriré ahora antes de que la muerte me llegue, conoceré la experiencia de la unidad entre la muerte y la vida para poder ser más humano, para poder entregarme a Al-lâh sin límites, sin mis esperanzas y deseos orientados a nada de este mundo. Con la plena consciencia de que todos mis actos solo tienen sentido si son realizados con el Nombre de Al-lâh inscrito en el corazón, en el Recuerdo de nuestro origen increado, insha Al-lâh.