Palidecerá tu fina piel no escrita todavía,
tu rostro sagital sin huellas, sin historias ni medidas;
y así, desmantelado sobre el muelle de una alfombra,
el tibio pecho rojo de una presa herida.
Una y otra vez cruzábamos el alma en las esquinas.
Yo iba tras tus pies, sediento y agotado por la prisa.
Y en una calle, al sur de los secretos, un panal
nos vuelve a ver brillar como un lejano día.
Amor, te dije, volarás
alto y lejos desde donde no se gira
por no ver que lo que hay atrás
es arquitectura desvanecida.
Y algo de la luz de aquellos años
viene a redimirnos con sabor
de sangre de los ángeles que fuimos
cuando aún no podíamos morir.
Se quemó el amor como se quema toda cosa viva,
con intenso calor hasta desaparecer en la ceniza;
los cuerpos, la memoria y la locura de los dos
hoy son estas dos blancas estatuas de tiza.
Si nada dura, nada importa tanto y nada es necesario,
y los recuerdos son como noticias en los viejos diarios,
por qué está tu fantasma destilándose ante mí,
por qué me quita el aire lo que estoy cantando.
Amor, te dije, volarás...