"león barre todo aquello que edificó el deber ser/león llena el aire de desobediencia/león es más poético y menos político /león sabe que para ser político hay que ser poético"
De personaje blasfemo a venerable, León Ferrari ha cumplido un trayecto meteórico desde su polémica retrospectiva del 2004 en el Centro Cultural Recoleta hasta el multipremiado presente que inauguró el León de oro de 2007 en la Bienal de Venecia. Parte de esto es la muestra que abrió el martes en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes en Palermo Chico completa el Premio Homenaje que le otorgó el año pasado la institución.
Quien acuda a ella esperando una nueva vuelta de tuerca de sus revulsivos cuestionamientos a la iglesia y al orden internacional muy probablemente se sentirá defraudado. León vuelve a sorprender con su renovada inventiva pero con una estrategia insospechada, dirigida a la pintura abstracta. Sí señores, Ferrari escultor, calígrafo irónico, articulador de colages, objetos y escenas deliberadamente blasfemas, investiga ahora las posibilidades de la pintura y el color en sus medios menos nobles: bolígrafos, plasticolas y brillitos. Guiado por ese afecto por lo plebeyo que es habitual en él, trabaja como un niño. Sí, literalmente como un niño porque sus materiales son los que los chicos usan en el jardín.
Sólo que él logra que irradien de un modo que hace recordar a los mosaicos bizantinos.
"Luces de León" se llama la muestra, por el título del rítmico texto en verso que escribió para ella Pablo Marchetti. El joven poeta, músico y editor, que podría ser su nieto, celebra en él a este artista total que no renuncia a nada: "león barre todo aquello que edificó el deber ser/león llena el aire de desobediencia/león es más poético y menos político /león sabe que para ser político hay que ser poético", dicen sus versos.
Y hay mucho más porque que referirse a León es dar cuenta de su compromiso, su poesía, su libertad, su irreverencia y su capacidad de divertirse y encantar al mismo tiempo. Será por eso que, como a Hamelin, el flautista, lo sigue una abultada corte de edades diversas, fascinada con su melodía. En ese sentido justo sería empezar por su familia. Esposa, hijos, nietos y entre estos últimos, Paloma Zamorano, la nieta que armó esta exhibición con veinte piezas de su más reciente producción, realizada en el taller al que acude todos los días. Y también continuar con Alicia, su esposa, convocada en esta ocasión a escribir en el catálogo donde habla de un León de entrecasa. Allí agradece a Doña Celia y Don Augusto, los padres del artista, porque le exigieron que completara una carrera de ingeniero industrial, "que le permitió formar y mantener una familia y la empresa Tantal Argentina SRL,", una metalúrgica en Castelar. Luego relata las vicisitudes que vivió la familia con la dictadura militar lo que no impidió avanzar en la búsqueda de felicidad que hoy les permite a ambos disfrutar de nietos y bisnietos.
"León no para y está viviendo un momento muy especial, como si estuviera más allá de todo", dice Paloma que también arregló para que Falopa, el grupo musical de Marchetti, aportara lo suyo la noche de la inauguración.
León disfrutó la música y recibió a todos con la bonhomía de siempre, eludiendo las expresiones polémicas que se esperan de él.
Menos contrariado por Bergoglio o los Santos Evangelios, León se entusiasma con estos brillos nuevos, sus marañas de trazos y esas superficies surcadas en las que trabaja con empeño todo los días para alumbrar novedades desmintiendo cualquier especulación sobre los efectos de la edad a los 90.