– Conocer el volcánvelorio de una lengua equivale a ponerla en erección o, más exactamente, en erupción. La lengua revela lo que el corazón ignora, lo que el culo esconde. El vicariolabio traiciona las sombras interiores de los dulces decidores –dijo el Dr. Flor de Edipo Chú. – Usted prometió enseñarme a pintar con un pincel, no con la lengua –dijo A. (...) – Lo que yo quiero es sombrear –dijo sombría. El bocaza cerró la boca, tragó la mosca y sonrió en tanto rescataba sus demás facciones. – Lejanita, sombrear sombras es el callado deseo máximo de todo gran artista. (...) (...) – No sos más que una niña que no debe saber la respuesta a su pregunta –dijo blandiendo el páncreas de un pollo como si fuera el Santo Graal. – Pienso en la anémona, en la balsamina, en esa flor niña que llaman aciano. Evoco una camelia pegada con scotch-tape encima de una dalia. El Dr. Chú se puso a temblar, acometido por la gama completa de los chuchos. – Usted anocheció –dijo A.–. Su cara es color turchino carico. – ¿Por qué no me dijiste antes que hablás la lengua del danés Dante? –dijo el dueño de un repentino prurito. – Porque no la hablo –dijo A.–. Ahora hay un color incarnato paseándose por su cara. – Decís que no sabés el italiano y me decís tamaña necesidad. Ergo: sabés el italiano. – Nací reñida con el ergo –dijo A. (...) – (...) Esto me recuerda, pequeña amiga del viento Este, que no te pregunté cuáles son las mejores propiedades de los cuerpos. A lo cual respondió A.: – La trompa marina, en los elefantes acuáticos. El cubo de nieve, en las sombras de las plantas tropicales. El pozo arlesiano, en la memoria de los cuervos de Van Gogh. El banco de arena, en los avaros blandos. |
“Expuesta a todas las perdiciones, ella canta junto a una niña extraviada que es ella: su amuleto de la buena suerte.”