martes, 22 de marzo de 2011

La literatura como producto cultural. Pierre Bourdieu

El ser humano, en todas las actividades que realiza, busca el poder a través de objetos específicos; de esta forma se establecen las diferentes subregiones del espacio social, los diferentes campos: “El campo es una red de relaciones objetivas entre posiciones”. Ahora bien, los objetos en juego representan algún tipo de capital específico. El capital es lo que cada individuo posee o anhela poseer: cierta posición social (capital social), bienes materiales (capital económico), conocimientos (capital cultural) o determinada valoración del mundo (capital simbólico). Entonces, los campos de la actividad humana se delimitan según prevalezca en ellos alguno de estos tipos de capital. En el campo del poder estos capitales se encuentran en tensión, ejerciendo presiones unos sobre otros. Los tipos de capital se encuentran interrelacionandos; así, por ejemplo, quien sea rico en capital económico, también lo será en capital social, ocupando una posición dominante tanto en el campo económico como en el social. El capital simbólico es, al parecer, el de más difícil adquisición, pues es imposible heredarlo, como el económico: se aprehende luego de un proceso de formación. El capital cultural se adquiere también durante la formación, informal o académica, pues se trata de los conocimientos que posee un individuo, ya sea sobre un arte, una ciencia o un oficio. En Las reglas del arte, se explica la dinámica del campo literario en particular. Este, al igual que todo campo artístico (música, pintura, escultura) y científico, se inscribe en la producción cultural, es decir, que el objeto en juego es de tipo cultural. El estudio del campo literario se hace particularmente interesante porque su génesis y estructura lo distancian de los demás campos.

Lo que define y diferencia a todo campo cultural, incluido el literario, lo que lo hace especial, es que busca la autonomía con respecto a los otros campos. Su objetivo es, en cierto modo, el arte por el arte, es decir, regirse por sus propias reglas y no estar sometido a más criterios que los suyos propios. Bourdieu aclara que esta autonomía es una de las principales reglas del juego en el campo literario, es su illusio, que, al ser producto de los agentes, puede variar o mantenerse. En la práctica, ningún campo es completamente independiente, sino que presenta vínculos estrechos con los demás; en el campo artístico, si bien prima la obtención de capital cultural, a su vez los otros tipos de capital juegan un papel. Los artistas tiene otros tipos de necesidades y anhelos, su objetivo no es nunca puramente cultural: “Por muy liberados que puedan estar de la imposiciones y de las exigencias externas, [los campos de producción cultural] están sometidos a la necesidad de los campos englobantes, la del beneficio, económico o político”. En el caso del campo literario, hay que tener en cuenta que la literatura se da en forma material (libros, revistas) que entran al mercado convirtiéndose en capital económico, no sólo para el productor sino para todos los agentes que intervienen en la publicación (editores, librerías). La relación con el capital social es también fuerte, pues los escritores hacen parte de la sociedad -no sólo del grupo de los intelectuales- en la que ocupan una posición. Todas estas relaciones se convierten en capital simbólico al ser valoradas e interiorizadas por los distintos grupos sociales en los diferentes campos. Cuando en un agente del campo cultural empieza a primar la obtención del poder por medio de otros tipos de capital que no sea el cultural, se convierte entonces en heterónomo.

En el campo cultural se presenta esa lucha entre agentes autónomos y heterónomos. Los primeros sólo buscan el poder a través del capital cultural; los segundos dependen de los otros tipos de capital. Por un lado, están quienes han alcanzado el poder y, al ser dominantes y querer conservar este poder, generan la ortodoxia, la tradición. Del otro lado, en la oposición, se encuentran los agentes de ruptura, los pretendientes que anhelan el poder; estos generalmente poseen un mayor capital simbólico, económico y social. Los agentes pobres en capital se dirigen más que todo a las posiciones tradicionales que se encuentran prontas a entrar en decadencia. Las posiciones en el campo son determinadas por el habitus de sus agentes, concepto en el que también las relaciones entre los distintos tipos de capital juegan un papel básico. El habitus se refiere al sistema dinámico de disposiciones y posiciones que se desarrollan en el campo. Un individuo va formando su manera de ver el mundo de acuerdo con los capitales adquiridos en la práctica social que le corresponde vivir. Así, la familia y la escuela son los principales aportantes de estos capitales. Estas disposiciones generan una determinada posición en los campos; pero, a su vez, las posiciones van creando las disposiciones que se adquieren.

La adquisición del habitus es dialéctica, nunca cesa, se modifica con cada nueva situación que se vive. Bourdieu utiliza el concepto de trayectoria para dejar claro el dinamismo de este proceso: “Toda trayectoria social debe ser comprendida como una manera singular de recorrer el espacio social, donde se expresan las disposiciones del habitus”. El habitus es, entonces, un concepto que, como todos los de Bourdieu, integra lo objetivo y lo subjetivo. Es heredado, transferible, pero modificable. Así, en toda práctica social, en todo juego al interior de cada campo, se trata del habitus respondiendo ante situaciones dadas. Cada agente ingresa a un campo con disposiciones que determinan la posición que va a tomar en relación con las demás, ya establecidas. En el campo artístico, esas posiciones se plasman a manera de toma de posición, de discurso específico: las obras de arte. Estos agentes entran al juego porque acatan las reglas ya establecidas en él, ingresan al espacio de los posibles, es decir que se les impone una “herencia acumulada por la labor colectiva”. Ellos también tienen la posibilidad de ir modificando las reglas del juego; es por ello que un campo nunca permanece estático, cambia según las situaciones, deviene histórico. Las características del campo artístico, y específicamente del literario, son, así, bastante particulares. Además de su autonomía con respecto a otros campos, posee unos límites muy variantes, quizás debido a que presenta un débil grado de institucionalización. La profesión de artista es una de las menos codificadas socialmente, lo que hace que el campo sea abierto a los cambios. Una obra literaria específica es, entonces, para este sociólogo, una toma de posición frente al mundo de un individuo, producto de complejas relaciones entre las diferentes esferas de la vida del hombre.