lunes, 29 de septiembre de 2014

...








 “Puedo verme en la palma de mi mano / soy un insecto nuevo / conozco así el color de mis alas”.


viernes, 19 de septiembre de 2014

Fragmentos caprichosos de " La Anunciación ". María Negroni

“En cierto modo no le interesaba pintar. Lo que hacía era copiar, sin parar, todos los cuadros de La Anunciación que caían en sus manos. Lo copiaba con furia, con hambre, como si el hecho de no tener que encontrar una forma para sus obsesiones la llevara directo al centro de lo inaudible: su ilusión era pintar un cuadro que, enteramente, no le perteneciera”

“Mi ideal, pensó Emma, sería pintar un cuadro, una Anunciación que no estuviera dentro de la realidad, sino dentro de la realidad de otra Anunciación”

La incité muchas veces a mirar con más detenimientos, a deshacerse de la perfección. Sabía que sólo de ese modo se abrirían en su mente y a su corazón otras posibilidades, cambios de perspectiva, fobias, oscilaciones, rupturas, proliferación y energía. Para decirlo rápido, descubriría, en la imposibilidad del orden, la alegría conflagratoria de la libertad que la prepararía para su propia muerte… Día y noche, yo soñaba con el cuadro que Emma produciría, una vez que comprendiera que toda presencia es, en el fondo, una fantasía de la ausencia. Veía ese cuadro en todo su esplendor turbado, en su belleza un poco lúgubre. En él, los gestos se agrandaban, las curvas se volvían sucias, desequilibradas, como en esa trama abierta repetitiva, entre la redundancia y la entropía, que es todo espacio de viaje, me refiero a la vida. Ese cuadro se llamaría Anunciación Nocturna y figuraría en mi Museo. Sería una victoria escasa (pero victoria al fin) sobre lo incomprensible. Porque la Muerte se vería allí representada en la ausencia de representación, y eso abriría las puertas a una suerte de reconciliación ciega entre el desamparo y eso que es sin ser.

Fragmento de La Anunciación. María Negroni



Esa madrugada Emma supo algo que usted todavía ignora.

Lo supo de un modo escurridizo y fugaz, tal vez, pero lo supo.

Y todo le vino gracias la Anunciación que, desde su perspectiva, había arruinado.

 Digamos que pensó que en las palabras escritas sobre la tela –en la mancha que ellas instauraban–

estaba la Muerte y que la Muerte, a su modo, también portaba un mensaje. Llegaba, trayendo en la

mano, en lugar de un lirio, la inagotable carga de violencia, miseria y confusión que corresponde a cada criatura en el exilio del mundo.

 Y eso no es malo, pensó Emma, no necesariamente malo, porque el terror y la pena no son sino el

reverso de la compasión y la entrega, y se requieren para apreciar la belleza (la sabiduría) de lo

efímero.
 No sabía de dónde le había llegado a esta certeza que la exaltaba en una mezcla de dolor espantoso y

de júbilo. Y, sin embargo, no pudo sostenerse en esa gracia. No supo tolerar su claridad.





miércoles, 10 de septiembre de 2014

Fragmentos encontrados por ahí de Abelardo Castillo

Hojas sueltas [1954-1955]

Hombres como estatuas, parecen tener los ojos vueltos hacia adentro. Humanos en apariencia, como las estatuas, están condenados a la frialdad y a los espacios vacíos. Se pierden dentro de sí mismos, como quien pisó una puerta trampa que conduce a un laberinto subterráneo.




La literatura está cargada de fatalidad y de tristeza. ¿Por qué? La vida no es siempre fea. Lo que pasa es que, en el fondo, la literatura es un conjuro contra la infelici­dad y la desdicha. La gente quiere ser feliz. Pero la feli­cidad no hay que escribirla: hay que vivirla. O por lo menos intentar vivirla. En la literatura se pone el deseo, la nostalgia, la ausencia, lo que se ha perdido o no se quiere perder. Por eso es tan difícil escribir una buena historia feliz. La historia de amor más hermosa que se ha escrito es Romeo y Julieta. Pero es una catástrofe. Ella tiene catorce años y él dieciocho, y terminan suicidán­dose. Qué linda historia de amor. Uno confunde la felici­dad con las felicidades, con ciertos momentos transito­rios de dicha o alegría. La felicidad absoluta no existe, y uno escribe, justamente, porque la felicidad no existe. Existen pequeños instantes de felicidad, o alegrías fugaces, que, si se consigue perfeccionarlos en la memo­ria, pueden ayudar a vivir durante muchísimos años. La literatura también es un intento de eternizar esos momentos. 


LITERATURA Y FELICIDAD